Ingeniero
Civil Daniel
Edelstein Nazareth
Illit Tel: 077-7066071 |
Memorias
Índice
Argentina
Concordia
Paso de los Libres
De nuevo en Concordia
1970, un año en Israel
1970 -
continuación
Continuación
1971
Resistencia 1972
De Posadas a Israel, septiembre de 1972
Uruguay
Hacia Italia
Del Aeropuerto a Or Haner
En Or Haner
Nazareth Illit
En
De regreso a Israel, verano del 92
Capítulo final
Epílogo
Cuando
ésto que empiezo a escribir hoy, en el mes de septiembre del 2005 se convierta,
como así espero, en un libro, quiero que empiece así:
Este
libro lo dedico a Clarita mi mujer, y a mis hijas Meirav y Naamá.
Mi
idea original era contar la forma en la que vine a vivir a Israel, pero he visto
que para comprender este hecho debo escribir una biografía. Es verdad que no
soy famoso, pero creo que puede resultar interesante ver y analizar cómo
alguien como yo llega a Israel, de qué forma y en qué circunstancias, y qué
trae a una persona esta situación.
Vivo
en Israel desde hace 33 años, tenía
que llegar a Israel con un grupo de amigos en marzo de 1973, pero algo ocurrió,
que ya contaré,
que me trajo en septiembre del 72.
Este
cuento se lo he contado a amigos, en una que otra reunión de trabajo y por
supuesto a mi familia.
Siempre
recibía como recomendación, ¿por qué no escribís ésto que nos contás?, pero
como se sabe la vida cotidiana, el trabajo, los estudios y todo lo importante,
mientras uno se forma la vida y la familia, hace que uno diga: “Algún día lo haré!”
Hace
cinco años ocurrió algo que cambió mi vida, fui al trabajo por la mañana y
por la noche en ambulancia a un hospital, con un ataque de alta presión que
produjo daños que me obligaron a dejar de trabajar. Mis hijas y mi mujer me
dijeron entonces: ahora tendrás tiempo y podrás escribir.
Pero
en ésto no entraré, la presión y sus daños adjuntos me dejaron sin capacidad
para emprender esta misión.
Y
heme aquí, 5 años después, tratando de realizar esta empresa.
Espero
lograr transmitir mi mensaje, que quizás sirva a quien lea esto, más allá de
quienes ya me han escuchado.
Argentina,
ubicada en el extremo sur del continente americano, gracias a su extensa geografía,
es el sexto país en extensión del planeta. Hay en ese país todos los
terrenos, todos los paisajes que aportan a su belleza y la hacen atractiva a
quien desea visitar y disfrutar de un país bonito.
Argentina
también es muy rica en recursos naturales, tierras fértiles y en épocas de
crisis mundiales, como la segunda guerra mundial, fue llamada “el granero del
mundo”.
Argentina
es un país donde aún sin sembrar, el suelo da comida, pero paradójicamente la
mitad de su población está en la pobreza e incluso la gente sufre hambre.
Cuando
yo era niño Argentina daba la impresión de ser el centro del mundo, el país
que lideraba en industria, en deporte y sólo cuando uno deja de ser niño y
hace su primer viaje al extranjero, a Suiza por ejemplo uno descubre que todo lo
que creíamos producto nacional – como Gillette, Palmolive, Colgate – son en
realidad de origen internacional y que entre Argentina y Suiza hay un abismo,
que de no haber viajado, nunca lo hubiéramos descubierto.
Argentina
es también una cómoda cuna, para hacer crecer el antisemitismo y las
dictaduras, y cuando hablamos de ellas, nos hace sentir escalofríos y nos
trae recuerdos-pesadillas a quienes vivimos ahí siendo jóvenes y fuertes.
También
yo viví allí una de esas pesadillas.
Concordia
Nací
en Concordia, en el noreste de
Concordia,
de acuerdo a su población numérica (cuando era niño tenía unos 60000
habitantes) ya era una ciudad. Hoy día, luego de haber conocido otras partes
del mundo, la considero una aldea grande donde todos se conocían y se
saludaban.
Cuando
yo ya era adolescente surgieron los primeros edificios de varios pisos y llegó
también la televisión y señales
diversas que la transformaron en ciudad, pero en mí quedó esa sensación de
pueblo, eso sí, grande, pero pueblo.
La
gente de Concordia, gente buena, gaucha como se dice en Argentina, aunque parte
de la sociedad de la ciudad tenía sus clubes e instituciones donde los judíos
no éramos deseados. Este detalle me hizo mucho impacto, y con el tiempo cuando
ya aprendí historia y entendí mejor mi sentir judío, lo descifré como
antisemitismo. Comprendí que mi pueblo estaba lleno de antisemitas, de que
ellos eran también católicos fieles. Era gente de mucho dinero, dueños de
inmensas extensiones de campos.
Concordia
también se llama, la capital nacional del citrus, pues plantaciones de
naranjas, mandarinas, pomelos, limones, la rodean por
todos sus lados. Dentro de la ciudad hay fábricas de jugos de estos
citrus y empaques de frutas por doquier. De ellas salían camiones para que toda
A su
lado corre el inmenso río Uruguay que es también frontera con el diminuto país
que lleva su nombre. Allá íbamos en los días de calor y humedad a encontrar
aire y sensación de fresco, antes de regresar a la casa a vivir con los
mosquitos, que en Concordia se reproducían sin fin, y disfrutaban molestando
mientras uno trataba de dormir.
La
estación del tren fue muy importante para mí. Estaba a dos minutos, caminando
desde mi casa y era a donde íbamos a ver pasar el tren, característico
entretenimiento de pueblo. Así uno veía cuanta gente llevaba el largo tren
que venía de Misiones. Esta era una linda actividad, que además permitía
aprender sobre la gente que viajaba, misioneros, correntinos y también sobre el
ejército argentino, que usaba este medio para transportar soldados que iban a
participar de las repetidas revoluciones militares que ocurrían. De niños nos
resultaba divertido y lo más importante que tenían, era que en esos días no
había escuela. Nos levantábamos por la mañana deseando que en la radio
avisaran que había revolución para tener otro día libre y poder ir a ver
pasar el
tren .
Concordia
es también para mí, la escuela donde cursé los últimos años antes de mi aliá
– la decisión de ir a vivir a Israel-. Son mis amigos, judíos y no judíos y
también los numerosos golpes (o dicho en argentino), trompadas, que recibí por
ser judío.
Concordia
es para mí también, ¡quizás lo más importante!, el ken de la tnuá, - lugar
de encuentro del movimiento juvenil sionista - donde mi ser judío y sionista
tomó forma y fortificó sus raíces.
Y
menos importante, pero sí significativo, el Club Bialik (institución judía no
sionista), donde desde chico jugué al básquet y también recibí trompadas de
los jugadores de otros clubes que no veían en nosotros deportistas, sino judíos,
especialmente cuando nos enfrentábamos a un club de alumnos de curas, para
quienes jugar con nosotros era enfrentar a los asesinos de Cristo.
No
me puedo olvidar del tranvía, de la bicicleta con la que me gustaba recorrer
cada rincón del pueblo, de la hermosa fiesta del “día del estudiante“, el
desfile de las carrozas y las serenatas nocturnas a los profesores, retribuidas
con bebida alcohólica, algo que ahora, de adulto, comprendo como una atrocidad
educativa. Al final de las serenatas, siendo ya las primeras horas de la mañana,
todos volvíamos bien bebidos a casa.
Concordia
son mil recuerdos más y es el lugar en que mi identidad judía se hizo fuerte,
no a través de una educación judía sistemática impartida en mi casa,
sumamente laica y desarraigada del judaísmo, sino con la ayuda de las trompadas
antes mencionadas, que siempre me llevan a pensar que mi primer apego al judaísmo
y al sionismo tienen mucho de “hertzliano”. – pensador judío, creador de
sionismo político -.
Así
es Concordia, a la que recuerdo por tantas vivencias, pero no la extraño, salvo
quizás por sus ricas y jugosas mandarinas.
Cursé
el primero inferior, cuando cumplía mis siete años, y al finalizar la escuela,
mis padres se fueron a vivir a Paso de los Libres en la provincia de Corrientes.
Si
para mí, Concordia era un pueblo, esta nueva ciudad sería una aldea, cuya
importancia se centraba en que existe el puente internacional que une Argentina
con Brasil.
Mi
papá era procurador, (alguien que estudió abogacía y no completó todas las
materias) y necesitaba trabajar acompañado por los servicios de abogados. En
esta ciudad nueva, había un abogado que entusiasmó a mi papá y por eso, allí
llegamos.
En
Concordia, a pesar de que mi casa no era judía en sus costumbres, tenía un
entorno que me acercó a la idea y al conocimiento (vago en ese momento) de mi
identidad judía. En Paso de los Libres todo desapareció.
La
nuestra era allí la única familia judía, y rápidamente mis amigos (los
nombres que más recuerdo son el Palometa y el
Juancho) me fueron llevando a adoptar conductas no judías, como acompañarlos
a la iglesia y a la vez sentirla como
algo mío.
Entiendo
ahora, de adulto, que mis padres estaban ocupados en sobrevivir y no tenían, al
principio de nuestra llegada a este nuevo lugar, la atención disponible para
ver por qué camino yo empezaba a transitar.
Luego,
eso es algo que también comprendí de adulto, mis amigos, a quienes yo quería
mucho, me llevaron a cometer pequeñas travesuras y delitos.
De
lo que más me acuerdo (y debe ser porque es lo que mejor hacía), era que recogía
las propinas que la gente dejaba en un gran bar que había en el centro, ésto lógicamente,
antes de que el mozo (a quién
estaban destinadas) las recogiera.
No
recuerdo exactamente ya que era chico todavía cuándo ocurrió, pero así como
nos fuimos de un momento a otro a Paso de los Libres, de un momento a otro
volvimos a Concordia.
No
quiero dar una imagen negativa de esa ciudad correntina, ya que quedaron en mí
otros recuerdos, como los carnavales en los que participé con la comparsa
“Carumbe”, un restaurante al que venían paraguayos a tocar el arpa, los
viajes a Uruguayana al otro lado del puente en Brasil y a donde cuando llegábamos,
me encantaba comer un dulce de nombre “tiyolo”.
Mi
gran amor era la radio LT12 que tocaba siempre una canción que hasta hoy
recuerdo. Su estribillo me encanta, y dice así:
“en
la historia de los pueblos, muchos nombres se han grabado, de aquellos que
por la patria con heroísmo han luchado, de Yapeyú San Martín, de
Corrientes Berón de Astrada y de Paso de los Libres el general Madariaga “.
Y así
pasó para mí esta época que duró dos años. Finalmente también para mí
como para mis padres fue decisiva y nos llevó a reafirmar nuestra identidad judía.
Regresamos
a Concordia y entre las primeras cosas que hice
alentado por mis padres fue ir a la tnuá, al ken Lehavot
del Ijud Habonim –movimiento juvenil judío sionista -. En ese lugar y
desde el momento en que llegué me
re-encontré con los sentimientos que sin saberlo, había dentro de mí, fue la
afirmación de mi identidad judía, el sentimiento Sionista que adquirí y que
daba respuesta a mi confusa existencia como judío diaspórico. Me llevó a
anhelar llegar a Israel y a sentirme extranjero en mi tierra natal.
Al mismo tiempo, comencé a jugar al básquet en el
centro Bialik – club judío no sionista -, lo que representaba para mí, además
del deporte en sí, una participación activa en defensa de un símbolo judío
dentro de la sociedad algo hostil (así yo la percibía) en la que vivía.
Lógicamente
también asistí a la escuela judía por la tarde. Pero ahí no me sentí cómodo.
Sin tenerlo racionalizado, la educación que impartían me resultaba algo extraña,
el idish y
En
el ken estaba contento, sentía que era mi casa. Sentía como si ya estuviera en
Israel a la que sin conocer sentía parte de mí. A diferencia del centro
Bialik, en el ken me sentía más auténtico, más sincero. No me importaba que
las instalaciones fueran precarias y que muchas actividades se hicieran en los
parques.
Recuerdo
con un cariño especial a mis madrijim – educadores -, a quienes deseaba ver
cada sábado, con más intensidad que a los compañeros del equipo de básquet
(la mayoría no venía al ken). El amor por lo sionista se sobreponía al amor
por el básquet al cual también debo buena parte de mi desarrollo.
Y así
llegué al colegio secundario, a la escuela técnica, donde éramos todos
varones. En ese lugar también encontré lo que llamo el “antisemitismo
activo”. Ya éramos todos mayores, menos inocentes y todo se empezaba a
entender mejor. Los antisemitas, que eran muchos, ejercitaban esta doctrina no sólo
con palabras sino activamente, (con palabras y manos – a las trompadas -).
Por
ellos fortifiqué mi ser judío y sionista, lo empecé a entender mejor y comencé
a leer y así a encontrar fundamentos a mis sentimientos. El entorno seguro lo
encontraba cada vez más en el ken, en mis amigos que asistían a él y en mis
madrijim a quienes sentía como guías seguros.
Concretamente
mi vida se centró cada vez más en el ken. Fue en este lugar y a través del
interés que se me fue despertando en Israel y el judaísmo, donde comencé a
ver también aspectos de la vida argentina más allá de Concordia. Así fue que
descubrí a ese personaje, que según mi forma de ver era maravilloso: Evita Perón.
Recuerdo
que mi admiración por ella y su labor para mejorar la situación de la gente
humilde me llevó a colgar una foto
de ella en mi placard. Recuerdo a mi madre diciéndome que la foto de Evita y la
admiración por ella no debía exhibirse en
En
la escuela, la materia: “educación democrática”
era muy importante. Gracias al despertar de mi curiosidad intelectual
pude percibir que la enseñanza y la realidad circulaban por caminos opuestos.
Paralelamente
iba descubriendo que existían clubes adonde concurrían compañeros del colegio
y a los que me hubiese gustado visitar. Pero la participación en algunas
actividades estaba cerrada a los judíos. Algunos judíos participaban en esos
clubes y pronto comprendí que no eran auténticos en su sentir.
Junto
al ken y para realizar actividades deportivas que tanto me gustaban, me integré
bien en el centro Bialik como jugador de básquet (era un jugador bastante
aceptable, en mi opinión).
Cada
partido de la liga de básquet de Concordia en donde competíamos, terminaba de
una manera u otra en insultos o golpes, siendo el motivo principal el ser
nosotros judíos.
Un día
estaba yo en la escuela en la clase de “taller”, sentado frente a una fresa
y un alumno, consumido por el odio antisemita, me golpeó con una lima, hiriéndome
en la cabeza. Por cierto luego nos encontramos a la salida del colegio y de
tantos golpes que me dio en la cara, mis
ojos quedaron negros. El era mucho más fuerte que yo. Yo no fui al colegio un
par de días, pero a él le quedó el dolor en los genitales de los golpes que
le di. Aunque los moretones no eran visibles, estoy seguro que sus dolores eran
más dolorosos que los que yo había recibido.
Mientras
cuento mi historia, vivencias y experiencias se reafirma mi sensación de que en
Argentina sólo estuve de paso.
En
el colegio, yo era el locutor de los actos patrios. Me encantaba tener un micrófono
frente a mí, ésto representaba estar al frente de todos los alumnos, serían
unos 1000. En cada acto, había que cantar el himno nacional Argentino y yo
frente a todos los alumnos y profesores nunca lo hice.
En
la escuela técnica, fuera del antisemitismo y los golpes, la vida de estudiante
era agradable junto a varios amigos que en lugar de insultarme por mi ser judío,
me preguntaban con respeto, si era verdad que los judíos habían matado a
Cristo, a lo que yo contestaba que no - era una respuesta instintiva -.
En
el colegio había un profesor al que llamaban Mangucho, (por el mango del
martillo), ya que él enseñaba a hacer martillos con la lima. Este profesor
tomaba los trozos de acero para revisar si estaban siendo bien limados y los
tiraba al suelo para que el alumno se agachase a levantarlos y él pudiera
mirarle el trasero .
De
él se cuenta que un día lluvioso en Concordia, se le apareció por la noche en
la calle a una profesora y periodista que tenía un programa de radio sobre
temas de limpieza y orden en la ciudad y él, que iba sin ropas bajo su capa de
lluvia, la abrió diciéndole a la periodista: ésto es para tu columna “lo que
vi al pasar “.
También
estaba “Carbonilla “(polvo de carbón) que llevaba este nombre debido a su
tez oscura. El nos enseñaba en taller una materia llamada “fundición”. Tenía
una característica muy especial, era fanático de fútbol y, como muchos
concordienses, tenía un equipo local favorito: el Santa María de Oro y otro
nacional, Boca Júnior. Cuando uno de los dos perdía, venía tan indignado a
dar clase, que no importaba cómo habían salido los moldes para la fundición,
los pateaba y decía: “zarandée y haga de nuevo“. Si alguno se atrevía a
preguntar, “¿qué hice mal maestro”? Su respuesta era: usted no escuchó
que perdió Santa María de Oro o Boca, (o los dos), y ésa era la causa. Así era
este profesor tan
Quizás
él era el único hincha de Santa María de Oro, pero muchos eran de Boca. Yo
también. El Tape Rodríguez, que nos enseñaba “termodinámica“, cuando
Boca perdía (y lamentablemente ocurría), hacía pasar alumnos al frente a
decir la lección y a todos les ponía 0, así se sacaba la bronca del terrible
desastre que era para él la derrota de Boca.
Tenía
dos profesores de apellidos Luna y
Montenegro, que eran iguales de cara aunque no tenían ningún parentesco entre
sí. Tenían caras de gato, por eso uno era el “Gato Luna” y otro el “Gato
Montenegro”. Este último venía de vez en cuando con zapatos de pares
distintos y este detalle provocaba sonrisas.
El
otro gato, nos enseñaba física y para demostrar lo que enseñaba sobre la ley
de la gravedad, tiraba sillas y su mesa por la ventana del aula que estaba en el
segundo piso. Aprendimos la lección. Y a quererlo también.
No
los llenaré de cuentos. Pero es importante que agregue
también que me enseñaban profesores muy carismáticos
como la chueca Penco, el “teacher Salvarredi” (a quien le debo
cuentos, pero no inglés que era lo que debíamos haber aprendido) una profesora
a quien llamábamos “la víbora” y cuyo nombre no recuerdo, el sapo Rodríguez
y su hermano menor que por eso era el “sapito” y cómo no nombrar al
“chancho Ancarola”. Hubo muchos más pero no los tengo presentes, quizá me
llamaban menos la atención.
En
la escuela también aprendía algunas cosas,
e incluso en algunas materias podía ver y expresar las ideas que me iba
formando del mundo. Estudiábamos legislación industrial, ya que nos íbamos a
recibir de técnicos y a trabajar en un país progresista y democrático. La
profesora era una abogada, alta, linda, he olvidado su nombre, más no un examen
final de esta materia. Cursaba mi último año, las respuestas me parecían tan
fáciles, que escribí convencido de haber hecho un excelente examen. A los
pocos días, mi papá, colega y conocido de esta abogada, recibió una llamada
telefónica de ésta, donde le contó que mi examen estaba muy bien, pero como
nada de lo escrito era lo que el libro decía, y ante el temor de que fuera
visto por algún directivo del colegio (en
Buena
lección de democracia estilo Argentina. Perdón, hay que ser certero en las
apreciaciones, cuando hay militares no hay democracia, pero la profesora de
educación democrática no nos enseñó ésto correctamente y yo no entendía cómo
en la escuela se estudiaba esta materia cuando no había democracia. Bueno son
estos pequeños detalles que suceden en
Ante
todas estas contradicciones, mis ideas sionistas, ahora ya unidas al socialismo,
se hicieron más fuertes. Junto a las injusticias argentinas, y al buen pasar
relativo en el colegio, decidí, al terminar el colegio, venir a Israel por un año
de hajshará – plan de estudio y trabajo -, con mi grupo de la tnuá, y así
fortificar mi relación con Israel, para luego regresar a Argentina por dos años
a trabajar como madrij con jóvenes judíos.
Tras
varios encuentros de preparación, los 26 integrantes del grupo que recibió el
nombre de Hajshajón, una mezcla de Hajshara y Majón, partimos a Israel.
Como
se debía, con nuestros pasaportes argentinos. El mío, obtenido tras mucho
trabajo y viajes, ya que Concordia no tenía delegación de la policía federal
, y había que tramitarlo viajando a Concepción del Uruguay, ubicada a unos 150
kilómetros, y un mes después, regresar para retirar el preciado documento.
Quien conoció la geografía y los caminos de ese momento, sabe que hablo
de rutas de tierra y varias horas de viaje por ellas.
Ya a
punto de subir al avión para Israel, esos detalles sobre el pasaporte pierden
importancia.
Mis
padres vinieron a despedirme al aeropuerto, ya que el viaje era considerado como
una odisea, no sólo por el tiempo, sino también por la distancia. Era una
aventura bastante atrevida separarse de la familia por un año.
También
vino Aída, mi novia en ese momento que decidió no viajar bajo la presión de
sus padres, aferrados al deseo de seguir viviendo una vida galútica y
relativamente cómoda. Así contrarrestaban la posibilidad de que la visita a
Israel terminara con su deseo de vivir en Israel, que para construirse y
fortificarse, a través del sionismo, separaba familias.
Esta
política de los padres de Aída, sirvió, para alejarla de Israel y de mí al
mismo tiempo, ya que por lo que sé, ella no vive aquí en Israel.
Para
alguien como yo, que venía de Concordia, subir al avión fue un acto heroico,
pero ya viajando, la ilusión de llegar a Israel se convirtió en lo más
ansiado.
Durante
el primer tramo a Madrid, 12 horas de avión, muchos de mis javerim – compañeros
- se ocuparon de formar parejas, quizás ya entendían que este año era
preferible pasarlo con alguien bien cercano a ellos.
Algunas
de estas parejas, existen hasta hoy día, otras se han roto. La mía de ese
momento también, no porque viajé, sino porque Israel ya era mi vida y la de Aída
su familia, a quien no
podía cambiar por el sueño sionista.
En
Madrid no bajamos del avión y luego de una hora, continuamos a Zurich, Suiza.
Al
bajar, recibí mi primera impresión de algo diferente, y ante ese espejo
increíble, descubrí que Argentina no es el centro del mundo y que Concordia es
algo diminuto respecto a lo que en ese momento estaba viendo.
Fuimos
al baño y como buenos pajueranos (venidos del campo, en argentino), buscábamos
la piolita para tirar del agua, hasta que alguien se cansó de buscarla y al
irse, el agua salió sola. Esto fue un descubrimiento grande e importante, ya
que cada vez más a ese ojito que descubre cuándo hace falta agua, lo empezamos
a encontrar por todos lados.
Otro
descubrimiento importante, fue ver (y nos quedamos observando ésto
hasta verificarlo), que la gente se llevaba diarios y periódicos del
puestito sin vendedores y todos dejaban el dinero sin que nadie se lo pidiera.
Para
quien sólo hacía 15 horas que había salido de Argentina, ésto fue muy fuerte
y para algunos incomprensible, eso sí, no nos llevamos ningún diario, ya que
no entendíamos lo que estaba escrito, y la verdad, que sólo por eso.
Ignorábamos
a qué hora salía el avión para Israel. Era un secreto de seguridad por los
ataques que sufrían los aviones israelíes en aeropuertos en esa época. Luego
de un día, en esta impactante ciudad subimos al avión de El-Al, ubicado en un
extremo del aeropuerto, protegido por tanquetas y partimos a ISRAEL.
Cuando
se escuchó a través de los parlantes el “Evenu shalom aleijem” – canción
israelí emotiva -, supimos que nuestro sueño estaba a punto de convertirse en
realidad y de nuestros ojos brotaron lágrimas.
Era
ya de noche y un par de miembros de la tnuá en Israel, nos condujeron a un camión
cerrado por detrás, con asientos (una especie de ómnibus improvisado) que
hasta hoy día, en forma esporádica se puede ver en los caminos y se usa para
circular principalmente por los territorios ocupados.
El
camión nos llevó al Kibutz Or-Haner, nuestro primer destino en Israel y el
lugar donde viviríamos el día que concretáramos nuestra Aliá – hacer
efectiva la vida en Israel -.
En
este corto trayecto de hora y media, estuvimos llenos de expectativas y deseos
de ver en la realidad el lugar del que tanto hablamos y del que tanto soñamos.
Cuando
nos bajamos, al lado del Jadar Haojel – comedor del kibutz -, vimos gente
disfrazada ya que esa noche se festejaba Purim – una de las fiestas en la
tradición judía -.
Al día
siguiente, vimos al kibutz y a esa parte de Israel a la luz del día. Así empezó
esta nueva vivencia.
Cada
uno de nosotros fue recibido por una familia adoptiva. A mí
me recibió una familia en plena crisis matrimonial, que días más tarde, (como
método para solucionar esta crisis) partiría como shlijá – enviada para la
educación sionista - a Argentina.
Este
comienzo algo accidentado me llevó a conocer a otra gente. Corroboré que el
ideal que me había formado ya era una realidad concreta en otra gente que años
antes, habían emprendido el camino que yo ahora empezaba. No más charlas teóricas,
sino la tierra deseada debajo de los pies.
En
Or Haner, estuvimos dos semanas y luego partimos por varios meses a nuestro
kibutz Hajshará (encargado de prepararnos para nuestra futura
hagshamá – realización -: vida como kibutznikim – miembros - en Or
Haner), un hermoso y potente kibutz en el Galil Haelion – al norte de Israel
-, con el nombre de Ayelet Hashajar.
En
forma natural, el grupo de los 26, fortificado por 6 javerim de la tnuá de
Uruguay, se fue dividiendo en subgrupos.
Yo
viví este período cerca de quienes eran mis amigos más cercanos – Jorgito,
Manuelito y Héctor de Rafaela. En realidad éramos todos bastante unidos y
hasta hoy día y la amistad con casi todos quienes participamos de este
programa, se mantiene viva.
Ayelet
Hashajar, el nombre de nuestra nueva etapa, fue para mí, en ese momento, el
Kibutz ideal, bonito por donde uno lo recorriera. Respiraba fortaleza económica,
prosperidad, bienestar y mostraba deseos de realizar el papel de encaminadores
que habían asumido.
Luego
de dos semanas en Israel descubrimos, mirando más detenidamente a nuestro
alrededor, que “el judío” trabajaba no sólo como comerciante, y que muchos
de estos judíos tenían la tez oscura, y que si bien trabajaban como lo imaginábamos
en
Y
como ésto, se sucedían los
descubrimientos, de la sociedad del kibutz y de todo Israel. Pero comprenderlos
llevaría luego muchos años de vivir y estudiar.
El
programa era estudiar hebreo 4 horas y trabajar otras 4 horas. Nuestro Madrij
por parte del kibutz, era también nuestro profesor de hebreo, Itzjak Sason, una
persona adulta, muy simpática, que hablaba ladino.
Aprendimos,
en forma más concreta que existía un país llamado Marruecos y que ahí vivían
muchos judíos de procedencia antigua española y que con la creación del
Estado de Israel, llegaron a vivir y
a unirse con los demás judíos dispersos del mundo.
Junto
al hebreo, bien enseñado por él, aprendimos a comprender las fronteras físicas
inmediatas al kibutz, Siria, a un paso de los altos del Golán, cercanos
al Kibutz. El Líbano, a pocos kilómetros y hacia donde iban a bombardear los
aviones de Tzahal – ejército de defensa de Israel -, que era ya parte de
nuestro orgullo, las bases de los terroristas palestinos que estaban en el Líbano
y que estaban por detrás del monte Hermón, al cual observábamos con especial
atención, nítido con su cúpula nevada todavía por el mes de marzo.
De
él también supimos que una fuerte explosión que escuchamos mientras estudiábamos,
fue sobre la frontera con Líbano, donde palestinos atacaron a un ómnibus con
niños que iban a la escuela, matando a muchos de ellos, dura lección cercana a
uno de lo que el terrorismo puede realizar.
Así,
día a día, iba descubriendo cada vez un poco más de Israel. Hicimos muchos
paseos. En lugar de dudar a causa de los problemas de la sociedad y de la
seguridad que íbamos descubriendo, me sentía cada vez más cercano a la gente
y a la geografía. Sentía que formaba parte de esta realidad.
Hicimos
diferentes trabajos – en el cultivo de algodón como ejemplo - y sólo por las
tardes uno se enteraba dónde trabajaría el próximo día.
En
el kibutz había una gran empacadora de manzanas, que requería de muchas manos
trabajando. Aquí coincidimos en el trabajo con las obreras que venían de la
ciudad vecina, y éste fue un lugar, no sólo de trabajo, sino el lugar donde
practicábamos el hebreo que íbamos aprendiendo, también aprendimos a
saber más de ellos. Luego sabríamos que eran parte de lo que en sociología se
denomina “Israel Hashniá" – la segunda Israel -.
También
para ellos, nosotros éramos algo nuevo, y también sobre nosotros ellos querían
saber, así que la convivencia con ellos y las manzanas era agradable.
Hubo
muchos lugares en los que trabajé, pero el que más me gustó y me hizo sentir
cercano a mi sueño sionista, en el que los judíos trabajaban la tierra, fue
pisar el algodón para que quedara bien empaquetado luego de su recolección. Lo
hacíamos en ese campo, del cual veíamos el monte Hermón a nuestro frente, los
altos del Golán a un lado y la
frontera con Líbano de otro.
Nuestra
relación con los miembros del kibutz era correcta, hubo acercamientos a jóvenes
miembros del kibutz, aunque la falta de idioma era un obstáculo difícil.
Aunque
en Argentina habíamos pasado horas estudiando inglés, no habíamos aprendido a
hablar este idioma.
Los
fines de semana y los días de fiesta los soldados, que despertaban la admiración
en especial de algunas chicas del grupo, regresaban al kibutz, aunque no eran
correspondidas. A través de ellos, supimos más del ejército, las diferencia
de los uniformes y las tareas militares que cada uno desarrollaba.
En el cementerio de Ayelet Hashajar, adonde fuimos a limpiar antes de Iom Hatzmaut – día de la independencia - comprendimos que también los soldados mueren y que la existencia de Israel no es milagro de Dios, sino producto del dolor, sacrificio y gente joven que no podrá disfrutar de este logro grandioso que es la existencia de un país donde los judíos podamos vivir sin tener que justificar cada día y a cada momento el derecho a la vida.
Así
transcurrió el primer período en Israel y el kibutz, contentos del sueño que
estábamos realizando.
De
Ayelet Hashajar, partimos por unos meses a un campus en el centro del país,
llamado “Beit Berl”, a profundizar en forma teórica lo que estábamos
viviendo, y aprender sobre la historia y los sucesos diversos en la vida del
sionismo y del pueblo de Israel.
Debo
decir, que este período de estudio fue magnífico, con oradores,
todos de habla castellana, de muy buen nivel.
A
través de estos estudios y paseos que hicimos, nuestras bases sionistas se
fortificaron, y también se fortaleció la decisión de regresar a Argentina y
transmitir a nuevos jóvenes nuestro conocimiento y entusiasmo sobre y por
Israel, para luego volver a vivir definitivamente en el país tan soñado.
Como
buenos muchachos jóvenes que éramos, aprovechamos el descanso del shishi –
shabat – viernes y sábado fin de semana en Israel -, para salir y descubrir,
que si bien la gente descansa, y en Israel, por lo menos en esos años todavía,
se sentía la diferencia entre un día común y el shabat,
los viernes había muchos jóvenes que salían a discotecas. Dentro de ésas
surgían conflictos que se solucionaban en forma violenta, así vi por primera
vez que una botella de cerveza rota, se transforma en un arma cortante, con sólo
golpearla un poco.
Como
parte de los estudios sobre los conflictos de
la sociedad israelí, la teoría nos permitió entender mejor, lo que en
ese momento nos había sorprendido: que un judío atacase a otro para herirlo o
matarlo. Desde nuestra inocencia galútica, esto era algo, que acreditábamos
solamente al Antisemitismo.
El
profesor que más me impacto, se llamaba Avni. En su primera clase nos preguntó,
de dónde éramos, de dónde nuestros padres
y de dónde nuestros abuelos y así hasta ver cuánto sabíamos de nosotros y de
nuestra familia. Prácticamente no sabíamos nada. Así se nos despertó la
inquietud de preguntar a padres y abuelos y descubrimos que ellos tampoco sabían
mucho. Quizás lo primordial era la tarea de vivir, olvidar los sufrimientos que
traían de Europa y Rusia y ocuparse de organizar una nueva vida.
Este
excelente profesor nos mostró que
el saber es necesario.
Había
otro profesor, cuyo nombre no recuerdo, que nos habló del Tanaj, desde un punto
de análisis no religioso, sencillamente apasionante, gracias a él veo claro
que el Tanaj es el libro de historia mejor escrito sobre el pueblo judío. En él
hay leyes de importancia increíble para esos primeros pasos como pueblo y nación.
Así puedo fácilmente diferir con tranquilidad con quienes se han quedado con
premisas y reglamentos válidos desde entonces, hasta hoy día. Esta última
idea se refiere al judaísmo ortodoxo.
Estudiamos
mucho, paseamos y conocimos mucho del país. Además de lo intelectual teníamos
tiempo para ser jóvenes y andar detrás de las chicas de nuestro mismo
movimiento que también estudiaban con nosotros, eran de Suecia. El grave
problema era la comunicación, aunque en muchos casos también estos límites
fueron superados. Tratamos de comprobar, si estas chicas suecas eran tal como
aparecían en las películas. Ese deseo resultó ser una vivencia positiva.
El
descubrir que el movimiento juvenil del que éramos parte, se extendía a otras
partes del mundo, nos enorgulleció y nos hizo sentir parte de él.
Tras
estos beneficiosos meses vividos en Beit Berl, regresamos a Ayelet Hashajar,
para nuestro segundo período de Hajshará.
1970
- continuación
Este
reencuentro con Ayelet Hashajar, nos tenía muy emocionados, pero creo que rápidamente
esa magia que habíamos sentido en nuestro primer período allí, se apagó un
poco.
Era
el mismo kibutz, la misma gente, pero algo nos decía, que el calor humano que
habíamos recibido antes, no se iba a volver a repetir.
Sentíamos
ahora que se nos consideraba un grupo que había venido a trabajar y no a
aprender y formarse para una futura vida en el kibutz en el que viviríamos
luego de realizar nuestra aliá.
Esta
frialdad y esta nueva relación con el kibutz, tuvo su expresión más certera
en un suceso que ocurrió en el hotel del kibutz
donde muchos de nosotros trabajábamos.
Un día,
uno de los turistas que se alojaban en el hotel , de gran importancia en la
economía del kibutz, denunció el robo de alguna joya de su habitación y la
dirección del kibutz automáticamente y sin hablar con nadie de nosotros, nos
denunció a la policía como posibles autores de ese delito.
Mientras
a las tres de la mañana, yo y otros compañeros éramos interrogados por la
policía para que confesáramos dónde estaba lo robado, comprendimos finalmente
que para el kibutz éramos extraños y no parte de ellos como lo queríamos
creer.
Ninguno
de los miembros del kibutz, fue interrogado o considerado sospechoso, sólo, podían
ser los del grupo de la hajshará. De acuerdo a cómo lo vio el kibutz.
Nuestra
indignación y dolor fueron tan grandes, que pedimos
seguir nuestra hajshará en otro kibutz.
Esto
no fue posible y así, ya sin mucho entusiasmo y con relaciones frías, seguimos
ahí.
Así,
sin charlas y sin profundizar en estudios teóricos, aprendimos una dura lección,
sobre la cara del kibutz menos vista y brillante.
El
mes de octubre había comenzado y se sentía que el clima cambiaba. Se presentía
el otoño.
El
martes 13 de octubre, mis compañeros y yo, acudimos a un nuevo día de trabajo
en el empaque y selección de manzanas que era quizás el
centro más importante en la economía del kibutz.
El
empaque de frutas era un inmenso galpón, con grandes ventanas en el techo, y
por éstas que por el caluroso verano estaban abiertas, comenzó a entrar agua
al recinto donde trabajábamos. Israel, el compañero del kibutz, encargado del
lugar de trabajo, pidió voluntarios para subir al techo y cerrar las ventanas.
Mis compañeros me miraron a mí (y este es el momento de decir, que de
sobrenombre me llamaban RATA, por lo delgado y rápido que era), y yo junto a un
empleado de la vecina ciudad en desarrollo Hatzor Haglilit, subimos al techo
desde dentro del galpón. Cerramos las ventanas y al querer bajar, por fuera,
vimos que el techo en forma de V inversa, estaba lleno de moho (iaroket) y ésta
con la lluvia lo convirtió al techo en una pista de patinaje.
Israel
desde abajo sugirió una idea que aceptamos y vino con un elevador (Clark), para
así bajarnos con seguridad, levantó los dientes a la altura del techo y Amran
y yo nos subimos a ellos para que Israel nos bajara.
Yo
me subí primero, Amran se abrazó a mí, e Israel en lugar de viajar unos
metros para atrás y bajar los dientes, se puso a jugar. Iba para atrás y para
adelante y en un instante el Clark volcó y desde el aire volamos varios metros
al piso.
Por
milagro ninguno quedó debajo del Clark, pero un diente me aplastó una pierna y
de ahí en ambulancia hice el camino al hospital de Tzaft -
ciudad cercana al kibutz -donde fui operado, salvando mi pierna.
Me
desperté en la unidad de internación de Ortopedia y en ese lugar, me acerqué
a la triste realidad de la guerra, de la que sólo sabíamos por lo que nos
contaban.
No sé
decir exactamente cuántos éramos en esa sala, pero con seguridad puedo decir
que en ese momento yo era el único civil.
Unos
días antes habían cesado los combates en la frontera con Siria de la llamada
“guerra del desgaste “y todos esos jóvenes que estaban a mi lado, con
piernas y manos destrozadas eran la realidad de lo que hace la guerra.
Aunque
ya había aprendido algo de hebreo, éste no era suficiente para grandes
conversaciones con mis nuevos compañeros, pero aún así me penetró
profundamente lo que me dijo alguien que estaba acostado a mi lado (lamento no
recordar su nombre) enyesado de pies a cabeza
y tubos que salían de varios lados. Una mina lo había hecho volar por los
aires y me dijo que él se había
ofrecido como voluntario para realizar una misión. Me recomendó que el día
que viviera en Israel y fuera al ejército, que siempre tuviera presente, que
para cada misión militar hay un soldado y que no es imprescindible proponerse
de voluntario, pero si la misión por orden de los mefakdim – quien comanda un
grupo del ejército -recae en uno, hay que realizarla de la mejor manera posible
y sin dudar.
Uno
de esos días llegó a visitar a los soldados, Mota Gur, que era el jefe de la
división norte del ejército, pasó soldado por soldado, dejó chocolates al
lado de cada uno y también llegó a mi cama, le dije que no era soldado y lo
mismo habló conmigo ya que él sabía que algún día lo sería y también dejó
chocolates.
Así,
sin pensarlo ni planificarlo, un día de trabajo común y por un accidente me
zambulló en otra nueva y triste vivencia de la vida en Israel.
Luego
de una semana con la pierna enyesada regresé al kibutz.
Continuación
Con
mi pierna derecha enyesada hasta casi las caderas y lleno de dolor por un lado y
admiración por el otro, luego de los días que había pasado junto a tantos
soldados heridos en el hospital, fui recibido en el kibutz con curiosidad y
algunas preguntas sobre mi estado, sin nada más especial, nadie habló de
seguro ni de indemnización. En cambio sí recibí recomendaciones de por qué
no debía llevar adelante ninguna queja sobre lo acontecido que hiciera sombra
alguna sobre una posible responsabilidad del kibutz sobre lo acontecido. Con mi
inocencia e idealismo de esa época, lo dejé pasar, situación que vista desde
hoy como adulto, no volvería a repetir.
Esos
días de octubre, eran los últimos que nuestro grupo hacía en el kibutz Ayelet
Hashajar.
Hasta
fin de año, en que regresaríamos a Argentina viviríamos en el kibutz, que sería
nuestra casa luego de nuestra Aliá.
Estos
próximos meses ahí serían incómodos a nivel de movilidad física, pero
llenos de vivencias positivas y firmes en la decisión de regresar a vivir a Or
Haner el día que regresara a Israel.
Pasé
muchos días en el kibutz sin mis compañeros, ya que ellos salían a hermosos
paseos, por el Neguev y el Sinai. Como había que caminar, yo no podía
participar.
También
salieron una semana al Gadna – campamento del ejercito para jóvenes - y a
distintos lugares a trabajar y aprender más sobre Israel, por ejemplo en
excavaciones arqueológicas en Jerusalén. A mi no me quedaba otra opción que
escuchar sentado, al regreso de ellos, en la silla de ruedas lo contentos que
estaban de estas nuevas vivencias.
En
estos días previos a nuestro regreso a Argentina, planificamos a qué ciudad
sería destinado cada uno para apoyar educativamente los kenim donde trabajaba
En
forma casi natural Jorgito, Héctor Kohn y yo, que éramos muy amigos, (amistad
que se mantiene) decidimos ir a Rosario, donde el Ken estaba en una situación
regular y había mucho trabajo por hacer.
Rosario,
como otras ciudades importantes de Argentina, vivía convulsiones políticas y
sociales importantes, y para mí que había vivido en pueblos chicos, era una
gran oportunidad de conocer algo diferente.
Ese
año 1970, ocurrió algo en Argentina, que dejaría su marca en mí.
En
Argentina comenzaron a surgir grupos de guerrilla urbana, que pretendían
cambiar el sistema político y social, derrocar a los militares que gobernaban
ya varios años gracias a las fuerza de las armas y crear una sociedad más
justa, (desde el punto de vista de ellos).
En
uno de esos días de convulsión, se difundió la noticia, que en la ciudad de Córdoba
hubo un asalto a un banco, hecho por una unidad de un grupo de guerrilla urbana.
Tres
intentaron robar el banco: una mujer que fue baleada por la policía y murió,
(era de familia judía), y dos hombres que fueron apresados, uno de ellos judío
también (y que hasta hacía poco había sido Madrij mío en la tnuá en
Concordia).
El
había decidido no hacer aliá y estudiar ingeniería, pero nunca dejó
traslucir la posibilidad de que podía llegar y ser capaz de acciones extremas
tan lejanas al sionismo, sobre el que tanto nos había educado.
Yo
partí de regreso unos días antes que el resto del grupo, ellos tenían otro
paseo por delante y el programa se terminaba.
Durante
el viaje a Argentina, reflexioné sobre cómo la geografía contribuye a la
forma de pensar de la gente.
En
el aeropuerto Ben Gurion, el auxiliar de vuelo que me llevó al avión en la
silla de ruedas, me preguntó si el yeso era resultado de una herida en la
guerra de desgaste que semanas antes había finalizado, al llegar a Roma el
auxiliar de vuelo italiano que me
llevo al avión hacia Argentina , me preguntó si el yeso era producto de un
accidente de alpinismo, y al llegar a Buenos Aires me dijeron así “ustedes
los jovencitos que prefieren irse a Europa a jugar al fútbol, miren lo que les
pasa“.
Así,
lleno de nuevas experiencias, nuevos aprendizajes, y con el deseo de regresar a
Israel y al kibutz, volví a una Argentina (de la que apenas un año atrás habíamos
partido) más convulsionada y rígida, guiada de las manos duras de los
militares.
Al
regresar a Argentina, del invierno de Israel, pasé
al calor veraniego de Argentina, la agobiante humedad de Concordia y a
los mosquitos que tanto molestan y no dejan dormir.
En
el Aeropuerto me esperaba mi padre y luego de los abrazos que nos dimos,
comenzamos inmediatamente el viaje hacia Concordia, como recuerdan en caminos
algunas veces intransitables y en unas
Un
mes o algo más, lo pasé en casa, caminando un poquito ayudado por las muletas
y disfrutando de los mimos que mi ausencia hizo que se brindaran en cantidad.
A
pesar de la alegría del reencuentro, surgían las conversaciones de por qué no
ir directamente a la universidad a estudiar en lugar de desperdiciar mi tiempo
con el movimiento juvenil, (mi papá prefería abogacía, pero ingeniero o médico
también serían bien vistos). Varios de mis compañeros judíos que no eran
parte de la tnuá ya habían empezado estudios universitarios porque no habían
viajado por un año a Israel.
Bueno,
¡no estudiar!, y trabajar por la tnuá para que otra gente siguiera mi camino,
esa era una idea menos aceptada y entendida. No estudiar “meile”, como decían
en Idish, pero algo útil para el futuro podés hacer.
A
mis padres les costaba aceptar la idea de que mi futuro tenía como meta Israel
y en ésta realizar una revolución personal, no ser
profesional, ni comerciante, sino agricultor. Conseguir lo mío con el
trabajo de mis manos y realizar la inversión de la pirámide sobre la
que Borojov – pensador judío - habló y escribió, junto a los dictados de
Gordon – también pensador judío -en la mejor forma posible. Me era
importante influir y transmitir estas ideas en cuanto joven judío pudiera.
Luego
de esta estadía en mi casa de Concordia, en el mes de marzo, que es cuando se
reinicia el ciclo escolar en Argentina, viajé a Rosario a encontrarme con mis
socios educativos y comenzar nuestro trabajo en el Ken.
Rosario,
era en ese momento considerada como la segunda ciudad de Argentina, y en donde
había y hay una universidad importante, a la que acudían jóvenes de lugares
distantes en la inmensa geografía Argentina
Quizás
por esto a Héctor y a mí no nos fue difícil, alquilar una pieza en una pensión
estudiantil, en la calle Buenos Aires, bastante cerca del centro de la ciudad y
del Ken, el lugar más importante para nosotros. Jorgito, quien junto a nosotros
iba a trabajar como movilizado, tenía a su familia en Rosario y no vivía con
nosotros.
Yo
todavía arrastraba las secuelas de mi quebradura y me dedicaba en el tiempo
libre a fortificar el músculo que se redujo, (luego de un largo período de
yeso), paseando en una bicicleta que
me prestó un janij del ken. Así conocí rápidamente la geografía de esa
inmensa ciudad.
El
ken sufría de problemas que habían reducido la cantidad de gente que asistía
a las actividades. Con un trabajo de hormigas, así debe ser la educación,
poquito a poco fuimos logrando que vinieran más janijim y le dimos al ken
contenidos llamativos.
Fuera
del ken, ocurrían sucesos dramáticos. En
En
el ken, los grupos de janijim más jóvenes demostraban inquietud por lo que
ocurría y así decidimos con Héctor, hacer un taller para hablar del
Materialismo histórico y el Materialismo dialéctico de Marx y llevar estos análisis
a través de Borojov al sionismo.
No
podría decir cuán acertado fue hacer esto o si en algo influyó. Lo que sí
puedo decir es que acercarse a temas que tenían alguna relación con
A
diario había manifestaciones de maestros, obreros y estudiantes, en muchos
casos con resultados fatales. La actividad de grupos de guerrillas urbanas iba
en aumento. Un día secuestraron a un alto funcionario de la empresa Swift en
Rosario, firma inglesa que elaboraba carne para envasar. Estaba considerada como
importante dentro de la explotación de las
riquezas argentinas. Con inmensas ganancias para los capitales ingleses, no para
los obreros lógicamente.
La búsqueda
de este señor inglés, fue amplia y dura, soldados y policías, veían en cada
joven caminando por la calle, un secuestrador y guerrillero en potencia. Este
acoso militar-policial, terminó con un atentado que costó la vida al General Sánchez
que dirigía el operativo de búsqueda.
El
golpe al orgullo militar fue de dimensiones inmensas y empezó en Rosario lo que
se conoce como “operación rastrillo”.
El
ejército y
En
nuestra habitación en la pensión, teníamos los libros de Marx y Borojov, éste
último encuadernado con tapa
rosada, tirando a roja y otros escritos que hablaban de sionismo-socialismo,
libros que atesorábamos. Había que organizarse en forma rápida y no permitir
que esta “riqueza” (para nosotros) fuera encontrada por los soldados. Nos
comunicamos con los madrijim bogrim de
Finalmente
no encontraron nada o nadie importante De esta operación rastrillo, me quedó
grabado un chiste, que ilustra la situación.
Los
militares entran a una casa y encuentran una revista de la publicación
americana “Readers Digest “y su título: “Cómo combatir al comunismo”.
Los soldados que encontraron la palabra comunismo, se llevan al señor detenido
y éste les dice; miren que yo no soy comunista, soy anticomunista, y el militar
le dice: mire, a mí no me importa que clase de comunista es, así que queda
“detenido, he dicho”.
Este
suceso pasó, pero como contaré más adelante, el nombre del asesinado general
Sánchez no se separó de mí fácilmente.
Volvimos
al quehacer diario, ya con mucho
cuidado, los libros quemados, comprarlos era ya imposible, no se podían vender
libros subversivos, de acuerdo a la interpretación de la dictadura. La gran
ciudad, tan linda para vivir se volvió peligrosa y decidí hacer
mi segundo año en un ken en alguna ciudad menos convulsa dentro de la traumática
realidad Argentina.
Durante
este año pasaron también otras cosas importantes. Aída que estudiaba en la
universidad de Medicina, decidió a finales del segundo año de estudio
abandonar su carrera y regresó a su
pueblo, cercano a Concordia, para estar junto a su madre que había quedado sola
tras el fallecimiento de su padre.
Todavía
hubo algunas cartas, pero ya fue el final de mi relación con ella. No sé si
habrá venido a Israel alguna vez,
aunque sea de paseo, pero lo que sí sé, es que nunca me hubiese vuelto un judío
comerciante en un pequeño pueblo para quedarme con ella. Una casa, un negocio y
Aída, no tenían la suficiente fuerza para hacer mella en mi convicción de que
mi lugar estaba en el estado que llamaba a todos los judíos a vivir en él:
Israel.
Durante
mi estadía en Rosario fui convocado a la revisación médica para ser
incorporado al ejército argentino.
La
conducta lógica, adoptada por casi todos mis compañeros, tendría que haber
sido encontrar al militar adecuado, que por medio de una suma estipulada,
encontrase la causa para liberarme del ejército. Servir en el mismo no auguraba
vivencias positivas y además con la posibilidad de ser denigrado o agredido
como judío.
Con
quien uno hablaba y preguntaba, “¿qué hiciste durante tu servicio
militar?” la respuesta era: lavar caballos, lustrar las botas de los
oficiales, nada atractivo. Más bien, una gran pérdida de tiempo.
También
esta vez, mi forma de pensar, me llevó a rechazar la idea de usar el dinero
para no incorporarme al ejército. Y así llegó el día en que fui llamado, con
miles de jóvenes más, a la ciudad de Paraná, donde se hacían las
revisaciones médicas. A la entrada del regimiento a las 5 de la mañana, nos
amontonamos esperando a que nos llamaran, quería terminar este trámite lo más
rápido posible y así poder regresar, en mi caso, a Rosario. En la puerta,
apareció un sargento, que ha plena voz dijo: ¿Hay aquí reclutas que vienen de
Concordia? Varias decenas, levantamos la mano. El dijo a viva voz: Tengo un
recuerdo del regimiento de Concordia donde hice mi servicio militar, y por eso
los llamo a todos los concordienses al principio de la fila para entrar y
empezar con los trámites médicos. Apurados y contentos ante la posibilidad de
ser los primeros fuimos al frente de la fila y entonces dijo el sargento, ahora
ustedes van al final de la fila y serán los últimos, sólo quería contarles,
que ese año lo odio y que los concordienses son todos hijos de puta, así que
todos al final de la fila.
Empezamos
ese día con una pequeña lección de lo que podría pasar
durante el año de servicio militar. Al estar ya adentro, rápidamente
aprendimos que el lugar en la cola no tenía sentido, ya que a cada uno lo
llamaban por el número de la
libreta de enrolamiento. Otro sargento, ya dentro, llamaba a gritos por el número
y apellido del recluta requerido. Todo apellido que sonaba
extranjero, era dicho con burla, en especial los judíos.
Esto
yo ya lo sabía y había ido preparado, cuando dijo “Grinstein” con acento
burlón y mal pronunciado, le contesté “presente”, con acento de
“tape pueblerino“. Nadie respondió a este llamado con risas y burlas.
Hubo
este día, otras cosas dignas de mención. La mayoría de los reclutas venían
del campo, incluso, uno que otro sin calzado y resaltaban sus pies curtidos de
caminar descalzos. Se veía también que el aseo diario no era una costumbre
arraigada en ellos, pero para el ejército todos los reclutas son iguales y así
en un inmenso galpón, nos ordenaron desnudarnos, y luego uno por uno nos
fumigaron con DDT. Más adelante, viviendo en Israel, aprendería que a los olim
llegados de países del Norte de África también se los fumigaba y que hasta el
final de sus vidas, recordarían este acto, como algo denigrante. Para mí fue sólo
una curiosidad.
Finalmente,
y como todavía arrastraba un poquito mi pierna derecha, por el accidente que
había sufrido en Israel, fui dado de baja, por ineptitud física para servir en
el ejército argentino.
Pero
mi sorpresa vendría al final. Al llegar al oficial que llenaba los formularios,
este me preguntó mi nombre, el número de documento, y luego, sin que yo
agregara palabra, me empezó a decir todo lo que sabía sobre mí, quien era, qué
pensaba, qué hacía y qué hice, incluida mi estadía en Israel, el kibutz y el
hecho de que yo ya sabia algo de hebreo. Concluyó diciéndome, que ahora si podía
volver a Israel y al kibutz sin necesidad de servir antes en el ejército. Quedé
sorprendido y sin responder me fui con la libreta firmada y con la
aclaración de inepto para el servicio militar.
Así
aprendí, “en vivo y en directo”, algo sabido y hablado por todos. Estábamos
todos registrados, los servicios de seguridad argentinos sabían cada uno de
nuestros pasos y movimientos.
Al
regresar a Rosario, pensé en lo vivido ese día en Paraná,
Llegó
el verano, y como todos los veranos, nos fuimos a los añorados campamentos de
la tnuá. Como madrijim bogrim – educadores adultos -, que llevábamos la
responsabilidad de la realización de estos, vivimos con alegría y satisfacción
el ser adultos y poder ahora si, hacer por nosotros mismos, lo que habíamos
admirado tanto en nuestros madrijim.
Luego,
realicé una visita a mis padres y
partí a Resistencia, mi nuevo destino como madrij boguer.
Para
llegar de Concordia a Resistencia la capital de la provincia del Chaco, era
necesario viajar primero a la ciudad de Corrientes en tren. Era el único medio
de transporte directo disponible y luego pasar a Resistencia en
balsa o lancha, para atravesar el río Paraná, que cerraba al oeste la
zona geográfica conocida como Mesopotamia.
De Concordia a Corrientes hay 500 kilómetros de distancia, sin embargo el tren
para cubrir este tramo, necesitaba 14 horas de viaje.
Los
esteros correntinos, mucho agua, sin llegar a ser lagos, hacen que esta
provincia tenga una geografía muy especial y el tren hacía su viaje sobre
tierra no muy firme y a una velocidad de tortuga. A la mayoría de los
pasajeros, este viajar lento, les permitía con tranquilidad jugar a las cartas,
beberse unos vinitos y comer con tranquilidad, sin embargo para mí, estas horas
eran interminables.
Al
llegar a Resistencia, fui recibido con una calidez propia de la idiosincrasia de
gente de pueblo y de una comunidad judía muy unida y ansiosa por demostrar al
madrij recién llegado que era esperado y bienvenido.
La
primera gran diferencia era recibir de nuevo la sensación de pueblo. Rosario,
era una gran ciudad, y su gente, incluidos
los judíos, no eran en especial cálida. Resistencia era más grande que
Concordia, mas yo la viví como un pueblo grande. Gente
simple, calles con veredas anchas y construcciones de bajo, casi en
su totalidad.
El
ken, de la única tnuá que activaba en la ciudad, estaba en las mismas
instalaciones de la comunidad judía y de la escuela,
por lo que al lugar llegaban todos los chicos y jóvenes e incluso los
padres se identificaban con el ken en forma muy cariñosa.
Las
primeras semanas, viví en casa de la familia Hojberg, los padres de Cacho, que
se había ido a estudiar a Rosario, y me dejó su cama. Debo contar, que fui
tratado por esta familia, como un hijo más y este trato influyó en el trabajo
que ahí realicé.
Luego
de un mes, llegaron dos madrijim más, para desarrollar un nuevo modelo que
cubriera también el trabajo en el ken de la ciudad de Corrientes y es así que
empecé a funcionar como madrij de estos madrijim, o sea madrij jonej –
educador guía -. Uno de ellos, Ari, se quedó conmigo en Resistencia y juntos
nos fuimos a vivir a una pensión estudiantil, el otro madrij, a quien llamábamos
el Turco, se fue a Corrientes. A
partir de este momento, entre una y dos veces por semana yo viajaba a Corrientes
para ayudar, guiar y apoyar al Turco.
Para
ir de Resistencia a Corrientes, era necesario cruzar el río Paraná y eso me
gustaba. Durante estas horas de
viaje me gustaba mirar el poderoso y ancho río que me daba fuerzas y me permitía
pensar, planificar y también soñar con la aliá que ya estaba más cercana.
Corrientes
es una ciudad tan grande como Resistencia y su comunidad semejante en miembros.
No tengo muy claro por qué razón me ligué más a la comunidad y al ken de
Resistencia.
Debido
a esta rutina de viajes entre las dos ciudades, me ofrecieron que, en nombre de
la federación de comunidades judías argentinas, llegara también a pueblos
cercanos a Resistencia y Corrientes, aunque este ir y venir requería muchas
horas de viaje, donde había pequeñas comunidades judías, ahí llegaba yo.
Así
conocí el pueblo de Sáenz Peña, luego de un viaje por caminos de tierra y
pueblitos perdidos como Samuu y Avia Teray (de estos nombres me acuerdo). Al
llegar y contactar con quien había anunciado mi llegada, mandó a su hija por
las casas de los judíos para avisar que había llegado el madrij y así al
poquito tiempo estaban sentados en el salón de la comunidad, todos los niñitos
y niñitas judíos, con quienes yo jugaba, les enseñaba cantos en hebreo y les
contaba sobre Israel.
Al día
siguiente, subía a otro ómnibus, recorría más kilómetros por caminos de
tierra, y llegaba a Villa Ángela, a repetir el mismo rito e irme contento de
sentir que contribuí a mantener algo judío. Así agregaba también una gotita
de sionismo en lugares pequeños y perdidos donde quedaban diminutas comunidades
judías.
En
este ir y venir llegué también a Mercedes, un pequeño pueblo con contados judíos
en la provincia de Corrientes. A la ciudad que más me gustaba ir era a Posadas,
donde ya conocía gente y en ella me sentía muy bien y de la cual, sin haber un
ken estable, chicos y jóvenes llegaban a campamentos de la tnuá.
Esta
rutina, necesitaba también de unas vacaciones. Esta llegó, y entonces ocurrió
algo que marcaría un ritmo diferente en mi vida.
Conté
antes de mi madrij, de quien un día nos enteramos que activaba en la guerrilla
urbana. Luego de un intento fallido de asaltar un banco fue capturado y puesto
en prisión. Las cárceles Argentinas se comenzaban a llenar de prisioneros políticos.
Un
grupo grande de guerrilleros urbanos estaban en la cárcel de Trelew, en el sur
de Argentina y organizaron una fuga que los llevara a algún lugar tranquilo y
seguro donde reorganizarse. El lugar cercano y prometedor de esas condiciones
era Chile, donde un cambio democrático llevó a un socialista a la presidencia
de ese país.
En
la ciudad de Trelew, había un aeropuerto, donde con diferencia de minutos debían
aterrizar dos aviones de pasajeros. El plan era, secuestrar los dos aviones y
llegar así a Chile, país geográficamente cercano. De la cárcel lograron
escapar con éxito, pero sólo un avión había aterrizado y en él escaparon sólo
dos guerrilleros, los demás llegaron en el momento en que quienes piloteaban el
segundo avión observaron anormalidad en el aeropuerto y no aterrizaron.
Así
llegó el ejército y recapturó a quienes no lograron secuestrar el segundo avión.
Fueron llevados nuevamente a la cárcel. Según el comunicado oficial fueron
baleados en el intento de fuga, pero sabíamos que fueron simplemente fusilados
y asesinados, lo presentimos en ese momento y al caer las dictaduras militares, se
volvió oficial.
Al
escuchar de este suceso, el dolor, la bronca y la indignación me invadieron, no
solo por saber que la ley mata gente indefensa, sino que mataron a mi Madrij a
quien tanto quería y admiraba. Con este dolor y enojo, viajé a Concordia a
visitar mis padres.
Una
de mis cualidades personales (a veces para bien y quizás en la mayoría de las
ocasiones para mal) es expresar mis sentimientos y pensamientos en forma espontánea.
Cuento esto ya que el enojo que me embargó por lo que relaté antes, no era
apropiado, ni sensato, ni inteligente, expresarlo en público, en el contexto de
la dictadura militar que vivía
Mi
papá, procurador de profesión, día a día debía ir a tribunales y presentar
documentos o retirarlos, y aprovechando que yo estaba en casa me pidió que le
llevara algo al Juzgado de Paz.
A mí
me gustaba, ya que me iba caminando al centro, saludaba amigos y gente que no
había visto hacía un tiempo y en forma negligente en varios lugares expresé
lo que sentía y pensaba por lo ocurrido en Trelew.
Inocentemente
suponía que por lo menos los judíos, sentían lo mismo que yo. Como si esto
fuera poco, llegué al juzgado y en la puerta había un afiche que vanagloriaba
al ejército por haber matado en el intento de fuga a los presos en Trelew
(estaban las fotos y los nombres de los asesinados), también la foto de Mesie
(mi madrij), como si fuera un trofeo. En forma completamente instintiva, sin
darle a mi cerebro un segundo para reflexionar, saqué una llave que tenía en
el bolsillo y dañé el cartel. Un instante después, un policía me llevó ante
un funcionario del juzgado y luego de escuchar mi nombre e identificarme como el
hijo del procurador Grinstein, me preguntó por qué había roto el cartel. Le
expliqué, y el a su vez me explico que lo hecho no era algo sensato y me dejó
ir, entregué el papel que me había dado mi papá y regresé a mi casa.
Unos
días después volví a Resistencia
y de allí viajé a Posadas con actividades preparadas para un par de días, ya
que esa ciudad y su pequeña comunidad me encantaban y era muy bien recibido.
Sin
saberlo en ese momento, ya no regresaría, ni a Resistencia, ni a Corrientes.
Empezaría una travesía inimaginable que tendría un final feliz. Llegar a
Israel.
De
Posadas a Israel, septiembre de 1972
Llegué
a Posadas en los primeros días de septiembre
del 72, para otro viaje rutinario y fui a pasar estos días en la casa de
la familia Melcer, los padres de Taibe a quien yo conocía
de los majanot, una pareja amorosa como lo era su hija y donde me
encantaba estar. Taibe ya no vivía en la casa, pero los padres me recordaban de
cuando había asistido al cumpleaños de 15 que le festejaron. Llegué en horas
de la tarde y me encontré con varios jóvenes. Luego nos despedimos hasta el
otro día.
Al
llegar a la casa, me avisaron que me comunicara por teléfono con el presidente
de la comunidad. Lo llame y me dijo,
que había recibido unas llamadas telefónicas de la comunidad de Resistencia,
pero como no entendía porque le hablaban en Idish, detalle no usual que lo dejo
sorprendido (ya que el idish es un idioma que el desconocía
por ser de origen sefardí, y esto era sabido por los dirigentes de
Resistencia), pero por alguna que otra palabra interpreto que querían decirle
algo problemático sobre mí.
Recordé
los últimos sucesos que me habían conmocionado y supuse que había alguna
relación. Finalmente alguien que si conocía el idioma idish logró comunicarse
con el presidente de DAIA (Representación Judía ante el gobierno e
instituciones políticas Argentinos) y ellos me dieron las primeras
instrucciones ante la nueva situación que se había creado y que yo todavía
desconocía. Ellas fueron: “quédate en la casa donde estás, no salgas a la
calle y espera”. Ningún otro dato, un por qué, una explicación. Los padres
de Taibe tampoco entendían, no hicieron muchas preguntas, y sin decir nada me
quedé en la casa de ellos, que había pasado a ser mi refugio.
En
ese momento pasé a ser clandestino, y la meta ahora era moverme sin que la
policía y el ejército me atraparan.
Era
sabido que si alguien era considerado de izquierda, no usaban el método de la
re-educación, sino simplemente el de la eliminación. En unos días comenzaron
a llegar mensajes que iban aclarándome la situación.
Me
iban a ayudar a llegar a Israel, pero no habían decidido (
Una
noche llegó Moishe Banchik desde Concordia por sorpresa y tocó la puerta (el
era un gran amigo de mi papá y la
familia), llego con la camioneta Ford 100, que usaba para su trabajo de viajante
de ropas y fantasías.
Debido
a la amistad familiar, varios veranos yo habían trabajado en su taller de
fantasías, acompañándolo también por la geografía entrerriana durante las
vacaciones a vender lo que en su taller se producía.
A él
y a Petty, su mujer, los quería como a mi propia familia y en ellos encontré
momentos de apoyo en muchísimas oportunidades. De cualquier manera, esa
repentina presencia me sorprendió muchísimo. Dijo que había recibido
instrucciones de llevarme primero a Concordia, en
camino para pasar a Uruguay, pero no a casa de mis padres, ya que mi casa era
peligrosa para mí.
La
camioneta Ford 100, era como un pequeño camión, un espacio para el conductor y
dos acompañantes y una gran plataforma para mercaderías, independiente atrás.
El la tenía cargada a la plataforma con cajas de ropa, arregladas de tal manera
que debajo quedaba un hueco, donde yo viajaría, para pasar con éxito puestos
de la policía que había en el camino.
Lo
que no dije y ya de por si es algo que convierte
el viaje normal en una odisea, es que de Posadas a Concordia hay 700 kilómetros,
y en esa época esa larga distancia era de ripio y no en las mejores
condiciones. Hacer esta distancia escondido entre cajas – sin preparación
alguna - resultaba una aventura difícil de imaginar y un sacrificio bastante
duro.
Saludé,
agradecí a los señores Melcer y me introduje en el espacio preparado para mí
en la camioneta. Ahora, distante en el tiempo suena como un cuento. En ese
momento fue incomodidad, deseos de orinar, de estirar el cuerpo, de estar
sentado y no acostado debajo de unas cajas en el piso de chapa. Horas que parecían
interminables y la expectativa de que un puesto policial nos parara y me
descubrieran, hacían esta travesía angustiosa.
Finalmente
llegamos a Concordia Moishe me llevó a su casa, donde comí, sentí calor y
seguridad. Luego me dijo que era prudente que me entrevistase con un importante
abogado de Concordia, conocido de mi papá y cercano a círculos militares y de
Así
lo hice, hablé con él con confianza, analizamos los hechos y las posibles
consecuencias (nada alentadoras) en caso de caer en manos de los militares y las
alternativas posibles para evitar este encuentro (nada recomendado) ya que la
ley que regía en esos momentos era
llamada: ley antiterrorista y su ejecución era conjunta de la policía y el ejército.
Barajamos la posibilidad de escapar a Israel (él ignoraba los movimientos de
Daia), el tema lo propuse yo.
En
forma terminante me dijo, si tienes la forma de llegar a Israel sin la necesidad
de un pasaporte, no lo pienses dos veces y me deseó suerte. Nunca mencionó a
nadie que nos habíamos encontrado.
Volví
a casa de Moishe y Petty. A mis padres, que vivían a uno 500 metros, ni los vi,
por seguridad, ya que la policía había visitado
la casa y no estábamos seguros de que la seguían vigilando.
Tampoco hablé por teléfono, ya que seguramente habían intervenido las
líneas.
Se
comunicaron con Moishe de
Al
llegar a Montevideo, capital de este país, seguiría con las instrucciones:
contactar con un sheliaj – tenia su teléfono - que me buscaría de donde lo
llame, para llevarme, en principio, a su casa.
Viajando
hacia Colon, acostado nuevamente debajo de las cajas ya no dejaba de pensar en
cuánta gente solidaria judía (y
teniendo a Israel como fondo),
descubría y todos ahora velaban por mí y mi suerte. Llevaba conmigo sólo unas
pocas ropas en un pequeño bolso, una mínima cantidad de dinero y mi cédula de
identidad Argentina.
Cuando
llegamos a Colón, a una distancia prudente del lugar donde se toma la lancha
para cruzar a Uruguay, me despedí de Moishe con un fuerte abrazo. Admiraba su
movilización sin límites por mí, sin hacer demasiadas preguntas.
De
mis padres no me despedí y eso ya me corroía el alma.
A
Moishe lo vi luego de unos años, cuando él y su familia vinieron a vivir a
Israel, a los pocos meses de su aliá, este fuerte hombre, valeroso, amoroso,
incondicional, sufrió un accidente de tránsito que lo llevó a su muerte. Yo
lo recuerdo con un inmenso cariño y admiración y mantengo contacto permanente
con Petty, su mujer, y sus hijos que viven en Israel y son para mí como mi
propia familia.
Caminé
hacia la boletería de la lancha con la mayor seguridad que podía mostrar,
esperando que mi nombre no figurara en sus listas de sospechosos e impidieran mi
viaje.
Al
no tener problemas, entendí que
Ya
en la lancha, - el cruce del río lleva unos veinte minutos- , hice una evaluación
de lo que me estaba ocurriendo y solo como estaba, en el medio del majestuoso río
Uruguay, empecé a despedirme de
Una
vez más pensé en
También
pensé en mis amigos, los judíos y no judíos, en las vivencias pasadas, las
positivas y las negativas, que son parte de una vida normal. Del dolor por no
haberme despedido de cada uno de ellos como hubiese querido, con un abrazo y
deseos de éxito para cada uno.
También
me despedía de un sueño que había planificado ejecutar antes de mi aliá:
pasear por la geografía latinoamericana, Chile, Perú, Bolivia y conocer parte
de Argentina que nunca había visto antes.
Mientras
estaba inmerso en estos pensamientos y
también la canción “el Uruguay no es un río, es un cielo azul que viaja
“murmuraba en mi cabeza, la lancha llegó al lado Uruguayo.
Para
evitar un posible malentendido con los funcionarios uruguayos, me encamine, con
un gran miedo que me atrapo en ese momento, a un camino lateral que
conducía a lo que se veía como una ruta principal y hacia ahí fui
tratando de simular mi miedo.
Al
llegar vi un ómnibus al que hice señas, paró y pregunté hacia donde viajaba.
El conductor dijo “Montevideo”, subí, pagué y así comenzó una nueva
etapa en mi viaje de miles de kilómetros hacia Israel.
A
los pocos minutos el ómnibus llegaba a la ciudad de Paysandú, se detuvo unos
minutos para subir nuevos pasajeros y de allí prosiguió el viaje que seria de
unas horas más.
Por
precaución me abstuve de hablar con otros pasajeros, ya que tanto el Uruguay
como
Mientras
el viaje discurría, yo fingía estar dormido, para no entablar conversación
con nadie. Seguía tratando de entender y asimilar mi situación, con un pasado
cercano y cortado en un segundo, cambiándome la vida que estaba llevando, y en
medio de un viaje que se convertía en algo entre aventura y fuga, pero que debía
tener el final soñado por mi que era llegar a Israel.
Repentinamente
el ómnibus se detuvo y con rapidez y violencia subieron soldados uruguayos y
dieron la orden de bajar a todos los pasajeros.
No
tenía en ese momento forma de medirme el pulso, pero supongo que el corazón me
empezó a latir a ritmo desesperado. No tenía el permiso adjunto a mi cédula
de identidad argentina para circular por Uruguay. No
tome en cuenta este permiso que debí haber recibido en el puesto fronterizo
uruguayo. Que haría cuando me pidieran los documentos ¿Un soldado entendería?
Con
esa tremenda sensación bajé junto a los demás pasajeros. Los soldados nos
ordenaron que nos apoyáramos con las manos arriba, sobre la carrocería del ómnibus
y comenzaron a palparnos el cuerpo uno por uno, para verificar si alguno portaba
armas. Todos iban, para mi suerte en
ese momento, viajando sin fines violentos por lo que permitieron al ómnibus seguir
su viaje. No pidieron documentos, pero mientras palpaban mi cuerpo
viví momentos terribles: vi todos mis sueños derrumbados y me imaginé
devuelto a manos Argentinas. Un futuro absolutamente imaginable, ser víctima de
torturas era algo más que real.
Mientras
el ómnibus continuaba avanzando a Montevideo, yo abrigaba la esperanza de no
ser nuevamente detenidos por el ejército, quizá
esta vez si pidan documentos.
Empecé
a planificar qué iba a hacer al llegar a Montevideo, ciudad en la que nunca había
estado antes. Llevaba conmigo el teléfono de un sheliaj del Ijud Habonim,
llamado Yoav, con quien debía contactarme. ¿Estaría en la casa? ¿Contestaría
el teléfono? ¿Me haría muchas preguntas? Al llegar a la estación central de
ómnibus, busque un teléfono y llamé. El contestó y me indicó cómo llegar a
su casa, sin ninguna pregunta.
Recuperé
la seguridad, era claro que se había organizado el camino más seguro para
protegerme y facilitar el largo camino por el que había empezado a transitar.
Llegué
a la casa y Yoav y su familia me recibieron en forma muy cálida. No me hicieron
demasiadas preguntas y sólo dijo que suponía que estaría unos días en su
casa, hasta que
Al día
siguiente, llamó mi amigo y compañero del movimiento Tzvi Tal, por teléfono a
casa de Yoav. En Argentina el nombre de Tzvi era Ernesto Malimovka, dijo que
llamaba de Salto, ciudad uruguaya vecina a Concordia y que vendría a
Montevideo para traerme algunas pertenencias
personales (ropa interior y de vestir y algo de dinero), él había
viajado desde Buenos Aires a Concordia para recoger lo mas posible de mi casa.
¡Que
amistad, que compañerismo! Es increíble lo que la expresión de un sentimiento
manifestado por mí, quizás en forma impulsiva, estaba provocando. Yo solo había
expresado mi dolor por alguien querido que había sido asesinado.
La
solidaridad judía y sionista y la gran amistad con mis compañeros del
movimiento venían en mi ayuda en este momento crítico que estaba viviendo.
Llegó
luego de varias horas de viaje a casa de IOA, fue recibido también él con
calidez y por unos días ambos fuimos parte de la familia.
Con
él nos arriesgamos un par de veces a salir de la casa a pesar de que mi ingreso
a Uruguay no era legal. Recuerdo que fuimos a un lugar llamado el Cerro, dicen
que es el más alto de Montevideo, con un monumento desde donde se observa la
ciudad. Ahí nos sentamos, hablamos largas horas sobre todo lo que hablan dos
amigos y se profundizó una amistad que continuaría muchos años.
Pasamos
por una librería y compramos un libro: “Las venas abiertas de América
Latina“, yo le regale uno a él y él uno a mi, lo encontramos interesante. Una
frase del comienzo me impactó y lo sigue haciendo hasta hoy día: “Hemos
guardado un silencio bastante parecido a la estupidez“.
Viajamos
en colectivos internos, aun cuando podía ocurrir algún suceso que pusiera
en peligro nuestra seguridad, como un asalto de los Tupamaros para
recolectar fondos para mantener la estructura de ellos, - ocurría casi todos
los días - , la posibilidad que el ejército o la policía requiera nuestros
documentos, pero nos ocurrió algo mucho más curioso durante uno de estos
viajes.
Seguramente
Tibi y yo hablábamos sobre la tnuá, mientras viajábamos parados en el
colectivo lleno de gente y en forma repentina una mujer nos dice: ¿Ustedes son
del Ijud Habonim? Yo soy la mamá de Memo Carretero. La saludamos y nos bajamos
rápidamente en la siguiente parada. Conocíamos
a Memo, uno de los bogrim de la tnuá en Uruguay, pero por razones de seguridad
nadie sabía ni debía saber de nuestra presencia en Montevideo.
Luego
de unos días, Yoav me informó que iríamos a
Era
religioso, así su kipá lo delataba, y evidentemente, por su forma de hablar,
el no era de origen sudamericano, así que su actitud no me sorprendió, pero
concluyó y en ese momento me llené de tranquilidad, que al día siguiente estaría
lista la carta de viaje – un documento que permite ingresar como nuevo
inmigrante a Israel sin pasaporte- e indicó qué vuelo de la compañía
brasilera Varig, debíamos tomar.
A la
mañana siguiente regresó Yoav con el pasaje y la carta de viaje, faltaba poco
ya para viajar. Junté en un bolso
lo poco que tenía conmigo, me despedí de Tzvi que no vino con nosotros al
aeropuerto, de la familia cuya tensión se alivió con mi partida y partimos
hacia el aeropuerto de Carrasco.
Yoav
me dio el pasaje y el documento de viaje y para mi
sorpresa, no se dirigió a la mesa donde se presenta el pasaje y
pasaporte. Sin darme ninguna instrucción previa, fue a una puerta, le dijo dos
palabras al policía que la abrió, me dijo shalom y me encontré con el avión
delante de mí. Caminé hacia él y subí.
En
el avión había pocos pasajeros, me dirigí donde me indicó la azafata y me
senté. Más tarde, cuando me di cuenta de qué forma había llegado al avión,
me pareció que ya era parte de una película de espías en la que yo, sin
saberlo era uno de los actores.
Por
primera vez, abrí el pasaje y vi que decía: Montevideo, Río de Janeiro, Roma.
¿Y de Roma qué? ¿Cómo sigue? Para tranquilizarme me dije, si a cada
movimiento mió había una solución, algo ya estará arreglado.
Con
esa sensación de temor y al mismo tiempo de seguridad, dormité en el avión,
cuando se elevo hacia el cielo, me puse contento y mi respiración algo se
normalizo.
Dormitando,
me acordé de Daisy, a quien no mencioné antes, que era una linda y simpática
chica que trabajaba de sirvienta en la casa de Yoav.
Como
me dijo Tzvi, en estos días en que escribo y he hablado con él para que me
recuerde el nombre, las hormonas juveniles invitaban a pensar en Daisy, no sólo
por que era linda y simpática, sino que ella mencionó, antes de mi partida, su
deseo de venir a Israel y su admiración por los Tupamaros.
En
medio de este recuerdo tan agradable, que aplacaba todas las rápidas y
peligrosas vivencias que había pasado hasta ese momento, el avión terminó su
proceso de ascenso y mientras se sentía que se preparaba para aterrizar, se oyó
la voz del capitán del avión.
Anunció
el próximo aterrizaje en el aeropuerto de Ezeiza en Buenos Aires. Me estremecí
y confundido llamé a la azafata ya que estaba convencido de que el avión iba a
Río de Janeiro y le pregunté por qué aterrizaba en Buenos Aires. La azafata
me dijo que íbamos a Río de Janeiro, pero que cuarenta y cinco minutos
permanecería en Buenos Aires para que subieran pasajeros argentinos y que no se
permitía a quien ya estaba en el avión bajar, ni tampoco ir al baño. Una
imponente sensación de tranquilidad me recorrió, incliné el asiento y traté
de dormitar, mientras el avión estaba estacionado en Ezeiza Buenos Aires.
Durante
esos cuarenta y cinco minutos en que el avión permaneció en Ezeiza, aun
sabiendo que no deberían subir policías argentinos, me los imaginaba
entrando, diciendo mi nombre, sacándome y llevándome a un destino
incierto. Al mismo tiempo me tranquilizaba al saber que esto no podría ocurrir.
En
este ir y venir de sensaciones controvertidas, empezaron a subir pasajeros, se
acomodaron y luego de unos momentos, el avión levantó vuelo, ahora si a
Brasil. Observé a los nuevos pasajeros, escuché algunas conversaciones y quedó
claro que era un grupo de judíos en camino a Israel como olim. Cambié con
ellos algunas palabras, les pregunté de qué lugar de Argentina eran, en qué
lugar de Israel iban a vivir y luego cada uno debió regresar a su asiento para
permitir a las azafatas servir la comida.
De
Buenos Aires a Río de Janeiro son unas cuatro horas de viaje en avión y cuando
la bandeja de la comida fue retirada, por primera vez, abrí la carta de viaje
que me había dado la embajada, la leí lentamente y poquito a poco fui
comprendiendo, ahora racionalmente, que ese papel de color verde con el sello
del Estado de Israel, no era un pasaporte. Su único uso era que al llegar a
Israel, se me permitiera entrar sin inconvenientes. Comprendí que en ningún
caso podría presentar este documento si me era pedido en algunos de los
lugares que debería cambiar de avión.
Nuevamente
llamé a la azafata para averiguar cómo se hacía el cambio de avión en Río
de Janeiro para continuar a Italia. Esta vez también me contestó con una
sonrisa bella, que venia de una brasileña bella, que para los pasajeros que
continuaban a Europa, habría un avión esperando. Y para embarcar en él no se
entraba a las salas del aeropuerto, sino que se subía al nuevo avión
directamente en la pista, ya que uno estará al lado del otro y la partida a
Europa es inmediata.
“Bueno”,
me dije nuevamente, aquí no es necesario mostrar documento alguno, el que pensó
como debo viajar, pensó en todo. Me dije: “ya en Roma habrá alguien que se
preocupe por mí”, como me ha ocurrido hasta ahora.
Pasadas
unas tres horas de vuelo, de nuevo habló el capitán, seguramente para anunciar
el aterrizaje en Río, sin embargo contó que en Río hubo un pequeño
accidente, y que la pista de aterrizaje estaba cerrada y que hasta que esa
situación se solucionara, aterrizaríamos en el aeropuerto de Viráscopos a
unos cien kilómetros de la ciudad brasilera de San Pablo.
De
nuevo problemas en este viaje, de nuevo las angustias surgieron, ¿qué pasaría,
esperaría el avión a Italia a que llegara nuestro avión?
Aterrizamos
y fuimos trasladados a una pequeña sala de este diminuto aeropuerto, junto a
pasajeros de otro avión que también esperaba que la pista de Río de Janeiro
se habilitara. En forma natural, fui a sentarme con el grupo de Olim, con
quienes encontré afinidad inmediata.
Unas
dos horas después, los pasajeros del otro avión fueron llamados a continuar el
viaje, y antes de que pudiéramos
averiguar qué pasaba con nosotros, se anunció por el parlante que los
pasajeros de Varig, serían llevados a un hotel a pasar la noche ya que la
tripulación de nuestro avión había cumplido por ese día las horas de trabajo
y normas de seguridad les impedían continuar el viaje.
¿Qué
hacer? Había que pensar rápido. Si salgo con todos los pasajeros pedirán
identificarme con el pasaporte, si me quedo sin salir con todos los pasajeros,
me quedo solo en la sala, muy pequeña por cierto, y automáticamente me
convierto en sospechoso. Por primera vez, me atreví a descubrir mi identidad a
uno de los futuros Olim y le pedí que si no me veía subir con ellos al ómnibus
que los llevaba al hotel, que hablara a la embajada de Israel en Río e
informara lo ocurrido y avisara que yo no había llegado con ellos al hotel.
La
gente comenzó a salir hacia el ómnibus debiendo cada uno presentar su
pasaporte, ya que ingresaban al Brasil. Me quedé hasta el final y sin otra
posibilidad, fui también. Saqué mi carta de viaje, se la di al policía
brasilero que estaba en la casilla de presentación de pasaportes, éste la
miro, hizo una seña y dos policías negros como pintados con betún se pusieron
a mi lado. Uno de ellos tomó mi mano derecha y me puso una esposa y en su mano
izquierda se puso la otra y juntos caminamos al puesto policial del aeropuerto.
Nos sentamos los dos, unidos por esas esposas. Era la primera vez que sentía
esposas en mis manos. En ese
momento, salvo el sentir miedo, no se me ocurría nada. Yo
no pregunté nada ni nadie me dijo ni preguntó nada. En la televisión colgada
de una de las paredes el Fluminense jugaba al fútbol.
Un
rato después, me hizo levantar y juntos caminamos hacia un taxi, nos sentamos
uno al lado del otro ya que las esposas eran parte de esta nueva pareja formada
en forma repentina y luego de algo más
de una hora llegamos a una ciudad impresionantemente grande: San Pablo.
El
taxi viajó largo rato por la ciudad tumultuosa
y llegó a un gigante y lujoso hotel, el Planalto Hotel. Fuimos a la mesa
de recepción, le entregaron al policía, la llave de una habitación y hacia
ella fuimos. Ya era noche, el policía entró conmigo al baño, Hicimos cada uno
nuestras necesidades y juntos fuimos a dormir a una lujosa cama de dos plazas.
El sacó su arma, me mostró cómo nos acostaríamos, puso el arma debajo de la
almohada y yo totalmente extenuado, a pesar de toda la tensión acumulada me
dormí profundamente.
Por
la mañana sonó el teléfono, el policía atendió, nuevamente fuimos al baño,
nos lavamos la cara y las manos y
bajamos al comedor del hotel a desayunar. Como pareja esposada, El policía
negro y yo clarito, llamamos la atención de todos, sin embargo nadie vino a
preguntar nada. No me atreví yo tampoco a preguntar a
los viajeros con quienes había hablado, si contactaron con la embajada como les
había pedido.
Luego
todos los pasajeros, conmigo y el policía fiel a su trabajo, incluidos, fuimos
al ómnibus y éste regreso a Viráscopos. Al llegar imaginé que con el resto
de los pasajeros iría directamente al avión, sin embargo a mí me llevaron de
nuevo al puesto policial. Nos sentamos el policía y yo a esperar que alguien
diga algo. Los nervios y la angustia
me empezaron a invadir otra vez, la televisión prendida en la oficina de la
policía mostraba otro partido de fútbol. Nadie hablaba conmigo.
Por
el parlante anunciaron el embarque del vuelo de Varig, la sala se vació (la veía
desde la oficina policial) y yo me encontré nuevamente perdido y sin una idea
de que pensar. A los pocos minutos entró una empleada de Varig, entregó una
carta, el que parecía el jefe la leyó, llamó a mi custodio, éste me acompañó
hasta la escalinata del avión, me sacó las esposas. Subí, me senté e
inmediatamente el avión levantó vuelo rumbo a Río. Durante el corto viaje de
San Pablo a Río, no podía pensar tranquilo, traté de no hablar con nadie y
nuevamente entender los inconvenientes que surgían y como en forma casi mágica
llegaba la solución... El avión aterrizó y tal como la azafata me había
dicho, pasamos directo a otro avión que esperaba para hacer su viaje a Roma.
Recién
al comenzar este nuevo tramo que seria de unas nueve horas, me relajé y al
mismo tiempo me preguntaba qué haría en Roma. No tenía idea de cómo llegaría
a Tel Aviv sin tener que descubrir nuevamente mi condición internacional de
“indocumentado”. Esperaba no tener que pasar por los momentos tragicómicos
que había vivido en Brasil.
La
rica comida que sirvieron en el avión y la
dulce sonrisa de la azafata de este nuevo vuelo de Varig me hicieron bien,
Israel ya estaba más cerca y Argentina se alejaba.
Comprendí
que la carta de Varig daba una explicación del por qué permitía el
viaje de alguien sin pasaporte. Es requisito el pasaporte actualizado para la
venta de pasajes de vuelos internacionales, y a mi me faltaba este pequeño
detalle. Me quedó claro también
que Israel tenía en la compañía de aviación Varig una colaboradora para
resolver la necesidad de ayudar a alguien que estaba en peligro como yo.
La
atención que puse en la pasajera que iba sentada a mi lado, una hermosa
muchacha italiana, mitigó el nuevo miedo que me invadió, al tomar conciencia
de que llegaríamos a Roma casi con un día de atraso y si alguien sabía de mi
arribo, ya se habría ido al ver que
yo no había llegado en el vuelo indicado. A pesar del torrente de ideas, dudas
y miedos que tenía, decidí que, en ese momento, lo mejor era tratar de hablar
con mi vecina de asiento. No me acuerdo de su nombre. Sí de que era muy bonita
y de algunas cosas que hablé con ella, con algo de español que ella sabía,
con algo de italiano que yo imaginaba entender y con mímica que siempre ayuda.
Me ofreció si quería quedarme con ella en Roma por un tiempo antes de viajar a
Israel. Traté de explicarle que para mi sería un sueño, pero que era
imposible ya que no tenía pasaporte, hecho que me animé a confesarle, ya que
me inspiró confianza. Le pregunté qué era lo que más les gustaba a las
chicas italianas que les dijeran y ella sin problemas me dijo “Vacciame
bambina”, (dame un beso), sin reparos se lo dije y ella me besó.
Al
aterrizar el avión, volví a la realidad y bajé con todos los pasajeros a la
incertidumbre. No sabía qué hacer y a dónde ir.
En
el año 1972, el aeropuerto de Fiumiccino en Roma, tenía
una inmensa sala, larga y angosta, por la que se debía caminar hacia la
zona de presentación de pasaportes. Con pasos tensos y nerviosos avancé y de
pronto escuché que decían mi nombre en hebreo, “¿mi ze Rubén Grinstein?”
(Quién es Rubén Grinstein) decía a viva voz un alto muchacho vestido de
traje, mientras la gente pasaba a su lado, “ze ani” (yo soy), le dije, y él
me hizo señas que lo siguiera. Abrió una puerta al costado de la sala, pasó
varias puertas más, sin que nadie le preguntara u observara y en unos pocos
minutos me encontré subiendo por las escalinatas a un avión de El Al.
Todo
resultaba increíble, alguien allanaba mi camino sin que yo supiera ni cómo ni
a dónde moverme. La azafata de El Al, me hizo sentar, me dio la impresión de
que el avión estaba casi sin pasajeros, levantó vuelo, me trajeron comida y me
desperté al llegar a Tel Aviv. En los parlantes del avión, se escuchaba “eveini shalom aleijem“
la emotiva canción que había escuchado la vez
anterior que vine a Israel.
Bajé
las escaleras del avión, subí a un ómnibus que me trajo a donde se presentan
los pasaportes, saqué ansioso mi carta de viaje, se la di a la policía, que
estaba detrás de la caseta, ésta la selló, y una indescriptible alegría se
apodero de mi. Me indicó que debía ir a una dependencia del Misrad Haklita (ministerio de absorción). En ese lugar recibí mi teudat olé, documento que
acredita que uno llega a vivir como ciudadano, fui a la salida y allí me
esperaba gente del Kibutz Or Haner, mi nueva casa en Israel.
Ellos
me conocían por “Rata” y lo primero que me preguntaron, junto a cariñosos
abrazos fue: RATA “¿Qué pasó?
Hace un día que estamos aquí esperándote”.
La
pesadilla vivida la última semana había terminado.
Del Aeropuerto a Or Haner
El
viaje del Aeropuerto Ben Gurion hacia Or Haner, estuvo lleno de alegría. Mía
por estar finalmente en Israel y camino a mi nueva casa y de quienes me
recibieron, por verme sano y salvo. Tenían muchas preguntas, que incluso a mí
me sorprendían.
¿Mataste
a alguien? ¿Es verdad que fuiste el
que atentó contra el General Sánchez? Les
trataba de explicar lo que ni siquiera a mí mismo me podía responder. ¿Y como
hiciste para salir de Argentina y viajar a Israel sin pasaporte? Otra gran
pregunta para la que no tenía respuesta.
Ya
en el kibutz, todo empezó a convertirse en realidad. Fui a la casa donde
comenzaría a vivir mi nueva vida. Era una casa pequeña de kibutz, allí recibí
como compañero a alguien conocido por mí, Eduardo Marjovsky, que hoy se llama
Edu Merjav, quien me acogió con calidez y cariño.
Al día
siguiente me dediqué a poner en orden mis pensamientos. Los emocionantes y
peligrosos momentos vividos a los que trataba de encontrar una explicación.
Por
la tarde en la casa de cultura del kibutz, se reunieron muchos javerim a
escuchar el sensacional cuento de cómo de un día para otro había hecho aliá.
Ellos me esperaban para marzo del 73 - junto a mis compañeros del Garin Aliá
-, que era la fecha prevista para venir ha vivir a Israel.
Me
comuniqué por teléfono a casa de Moishe Banchik, le agradecí lo que había
hecho por mí y le pedí que transmitiera un beso a mis padres, que seguramente
estarían tan sorprendidos como yo de esa partida mía que no tenía, al menos
en ese momento, una explicación lógica. A casa de mis padres no llamé por teléfono,
ya que así me lo habían pedido temiendo que el mismo estuviera intervenido por
la policía. Querían evitar que se enteraran de que yo, con ayuda de
organizaciones judías y
Quiero
decir unas palabras de gratitud y admiración a esta familia (en muchos aspectos
mi familia), que sufrió la tragedia, al poco tiempo de su aliá, de la
muerte de Moishe en un accidente de tráfico mientras estaban todavía el centro
de absorción en la ciudad de Ramla.
A
pesar de este tremendo golpe se rehicieron con el empuje y el valor de la mujer
de Moishe, Petty, quien junto a sus hijos, ya mayores, merecen una medalla de
honor como familia y como ejemplo de deseos de vida exitosa en este, su nuevo país,
que les deparó un inmenso dolor al poco tiempo de su aliá.
No
pasó mucho tiempo y mi padre, cercano a jueces y abogados, se enteró del
porque yo era buscado por la policía argentina, e incluso pudo ver el
prontuario. Para sorpresa suya este
decía que Jorge Rubén Grinstein, Alias “el rata” (y otra cantidad de Alias
que no me acuerdo) era buscado por el asesinato del general Sánchez
y por otros sucesos de índole
“guerrilla urbana” ocurridos durante el año que viví en Rosario.
Le
escribí a mis padres la única verdad: En mi cabeza yo tenía sólo el Sionismo
Socialismo.
Venir
a vivir a Israel, realizar en forma práctica la ideología en la que tanto creía
en el kibutz y educar en la tnuá a jóvenes a que siguieran por ese camino.
Lo
que sí era verdad, es que cuando había escuchado del asesinato de mi madrij en
Trelew, sentí un profundo dolor y lo expresé en voz alta a mucha gente, sin
pensar a quién se lo decía. Además había raspado y roto el aviso que vi en
el juzgado en Concordia. Todo lo demás era imaginación de quienes pretendían
manejar las mentes y las conductas de los argentinos bajo una estela de
moralidad, y si en su imaginación veían alguna desviación, castigaban,
torturaban, e incluso hacer desaparecer a la gente sospechosa era algo
normativo. Lo demostraron más tarde los militares que gobernarían nuevamente
en
Para
mi suerte, vivía yo ya lejos de ese
infierno, que costo la vida de tanta gente inocente.
Quizás
debería concluir acá lo que tenía pensado escribir, pero con el fluir de las
palabras decidí continuar, y contar las distintas fases que viviría como nuevo
inmigrante llegado con una ideología formada en base al amor a Israel y al
kibutz.
En Or Haner
Al
llegar el final de mi primer día en Or Haner, un javer miembro del equipo de
trabajo de agricultura, me llamó y
me avisó que yo comenzaría a trabajar con ellos al día siguiente, y que a las
cuatro de la mañana, debería estar en el comedor esperando. Me pasarían a
buscar para ir a trabajar en el cultivo de sandias. Me sentí feliz, mis sueños
e ideales de ser una persona productiva, trabajando la tierra, estaban a punto
de concretarse.
A
las cuatro estuve ahí, lleno de expectativas y emoción. Vino Luís a buscarme
y me dijo: ahora te llevo a un campo donde trabaja Fatma 2000, obviamente no
entendí qué me había querido decir, hasta que a los pocos minutos de viaje,
vi a decenas de mujeres Palestinas sacando yuyos malos de las plantas de sandía.
Y así, en un momento, sin pensarlo, sin quererlo, me vi convertido en patrón,
explotador y conquistador. Luís también me dijo, antes de dejarme solo: si te
piden agua no les des, porque si no, se te van a subir a la cabeza. A través de
esta recomendación, también me adjudicó el papel de inhumano. Me llevaron
unos minutos hasta ubicarme. Lo que estaba haciendo, nada tenía que ver con lo
que había pensado e idealizado tantos años.
Ese
primer día de trabajo me creó raíces para futuras ideas y luchas.
La
primera, y por cierto pensado con mucha inocencia, era luchar para que el kibutz
vuelva a las bases ideológicas en las que yo tanto creía y deje el trabajo
asalariado (el palestino barato en especial), contradicción absoluta en la vida
del kibutz. La segunda, la retirada de Israel de los territorios conquistados en
la guerra del 67, que ofrecían mano de obra barata y aceleraban, así lo veía
yo, la destrucción del kibutz como sociedad sin asalariados, situación ésta,
que debilitaba también a toda la sociedad Israelí.
Ese
mismo día conocí a un señor: Iejezquel, era socio del kibutz en el cultivo de
sandias y melones. Su función era el trato con los árabes israelíes que traían
todas las mañanas a los palestinos a trabajar, principalmente mujeres. El se
ocupaba también de la comercialización de las sandias en mercados diferentes
de los acostumbrados por el kibutz, la empresa Tnuva. Y en forma especial el
envío de las sandias a Hebrón en
camiones palestinos y de ahí a Jordania.
Este
trabajo de agricultor, y lo digo con ironía, me llevó a conocer Gaza, Hebrón
y lo más fundamental a identificarme con el sufrimiento y la situación de
esclavitud moderna que vivían los palestinos que a diario venían a trabajar en
los campos de sandías del kibutz.
Al
final de la cosecha, Iejezquel invitaba a todos los miembros del kibutz, que
trabajaban en el campo, a un restaurante oriental suntuoso en el barrio Keren
Hateimanim en Tel Aviv. Se comía en forma exagerada y al mismo tiempo se
fortalecían las relaciones entre Iejezquel y el kibutz. Demás esta decir que
los palestinos y palestinas, que eran los que a diario hacían el durísimo
trabajo, muchas eran mujeres mayores, no estaban invitados a este encuentro.
Luego,
me sugirieron que debía dedicarme menos a mis ideas traídas de la tnuá y que
debía invertir en tratar de adaptarme al papel de explotador, conquistador, que
era lo que la realidad dictaba.
Para
evitar choques, ya que la gente me quería y estaban contentos conmigo en el
kibutz, me fui ubicando como alguien capaz de manejar maquinaria agrícola y
trabajé en la siembra de sandías y melones, actividad que no requería trabajo
asalariado. Me integré muy bien en el grupo de cultivo de algodón e incluso
manejé la gran máquina de cosechar el llamado oro blanco. El trabajo en el
cultivo de algodón me acercó a lo que quería, dado que no requería mano de
obra como el cultivo de la sandía y todo era realizado por compañeros del
kibutz.
También
me sentí feliz con el trabajo del riego, actividad que requería mucho esfuerzo
físico. Se podía palpar el
resultado de este esfuerzo rápidamente que se representaba en el desarrollo y
crecimiento de las plantas. Finalmente y alternando con el trabajo, terminé mis
estudios básicos de hebreo y fui enviado a un curso de capacitación para el
cultivo del algodón.
Fuera
del trabajo, me dediqué mucho a la parte social y en la fiesta de Pesaj, en la
primavera del año 73 preparando un acto cultural, comencé mi noviazgo con
Clarita, con quien me casé y
tenemos dos hijas maravillosas.
El
secretario del Kibutz, me llamó un día a su oficina, me entregó un papel y me
pidió que firmara en él. Me dijo que era la membresía al partido laborista. Me
acuerdo que le dije, que era verdad que en forma natural alguien educado en la
tnuá Ijud Habonim, tenía que querer ser miembro del partido laborista, pero yo
quería tomarme el tiempo necesario para comprender mejor la política israelí.
Esta idea la conservo hasta hoy día, pero aprendí que los olim jadashim en
cualquier lugar, son presa de
partidos políticos, sin permitirles un previo conocimiento de la nueva
sociedad.
Lo
que me era importante, era integrarme al ejercito, y a principio del mes de
Julio del 73, empecé mi entrenamiento básico en la división del Najal. Casi
finalizado este primer período de ingreso al servicio militar, comenzó
No
es mi intención contar sobre lo vivido por nosotros en esos días, duros y
tristes por cierto, sino lo que nos ocurrió a David y a mí al final de la
guerra y que tenía que ver con nuestra condición de olim jadashim. Esto que
relataré me quedó grabado como un momento ingrato, superior a todos los días
sin sueño, sin baño y con comida fría enlatada y a las otras ingratas
vivencias de una guerra.
Al
finalizar la guerra, comenzaron a dar permisos de veinticuatro horas a los
soldados para visitar su hogar y luego regresar al frente. El permiso se daba a
uno solo de la división por día y nuestro oficial, bajo cuyas órdenes estábamos,
nos reunió y dijo que prefería hacer un sorteo para no verse obligado a
decidir a quién otorgarle el permiso. Aquí agregó, que él pensaba que David
y Rubén, no debían ser parte de ese sorteo, ya que como eran olim jadashim no
tenían familia a quién ir a ver.
Esta
pequeña frase me dejó una sensación de dolor e indignación que aun siento y
que me lleva hasta hoy día a sentir rechazo hacia los israelíes que ven en los
olim jadashim a quienes se puede postergar y negar derechos que les
corresponden. Finalmente y luego de una dura discusión con el oficial, discusión
forzada por la indignación que teníamos, entramos en la lista de salidas y así
por veinticuatro horas pude regresar a mi casa y familia que era el kibutz y ver
a Clarita, entonces mi novia, y hoy
mi compañera.
A
principios del año 74, recibí una carta de mis padres: querían venir a verme
ya que a la distancia las noticias que recibían de lo que ocurría en Israel
los preocupaba. Pedí un permiso especial para estar con ellos, me fue denegado
(incluso la posibilidad de salir por unas horas y recibirlos en el aeropuerto
también fue rechazada). Finalmente logré contarles el problema por teléfono y
postergaron el viaje.
Por
mi condición de ole jadash, me correspondía servir
en el ejército un año. El país se iba normalizando luego de la guerra y así
en julio del año 74 me liberé. Volví al kibutz, al campo y me casé. Con
deseos, entusiasmo y mucho cariño, traté de sentir al kibutz cada día más
como mi casa. Pero por lo visto, y es una gran verdad, que a una gran idealización
le sigue una profunda decepción. En mi nueva casa se daban procesos de los
cuales yo no me sentía partícipe.
Ya
relaté sobre mi trabajo. Sobre la realidad del trabajo asalariado, también
sobre la pérdida de otros valores como la transformación del sistema
educativo, de lo que en el movimiento kibutziano se llamaba “liná
meshutefet“, es decir que los chicos vivían y dormían también en un espacio
común en lugar de que todo ocurra
en la casa, representaba para mí la pérdida de un valor importante que a la
larga afectaría toda la esencia del kibutz.
Estas
primeras señales del proceso de privatización de hoy día en los kibutzim, me
llevó a la de decisión de abandonar este proyecto tan soñado por mi, ya que
me parecía que para vivir para uno mismo, lo mejor era la ciudad.
Así
fue como Clarita, Meirav, mi primera hija y yo llegamos a Nazareth Illit, a
construir una nueva y distinta vida. Nazareth era una ciudad en desarrollo en
esos años.
Nazareth Illit
A
fines del verano del año 79 nos instalamos en Nazareth Illit. El mismo día que
llegamos, ya conseguí trabajo y lo mismo ocurrió con Clarita. El jardín al
que enviamos a Meirav estaba a corta distancia de la casa y el comienzo de esta
nueva etapa presentaba un panorama optimista.
También
aquí, ya fuera del kibutz, recibí en los primeros días una lección de la política
israelí. Cuando empecé a averiguar dónde podría vivir en Israel, me dijeron
que Nazareth Illit era una ciudad en desarrollo, muy linda y viajé para
conocerla. Concretamos Clarita y yo una entrevista con un empleado de
Me
presenté al director de la oficina, le dije que había estado antes de visita
en Nazareth Illit y que Brian de
Si
bien en Argentina nacimos y vivimos en una ciudad, la responsabilidad de
enfrentar las obligaciones era de nuestros padres y de chicos no éramos
concientes de qué significaba vivir en una ciudad. El trabajo que había
conseguido, a veces de día y otras de noche, no daba lugar a mucho interés por
la vida social y política. El cambio surgió hacia las elecciones del 81.
A mí
me daba la impresión, que el gobierno del likud y del premier Shamir, llevaban
a Israel por muy mal camino. Es así que decidí comenzar a participar de la política
y me presenté en la sede del partido laborista a ofrecer mi ayuda en las
próximas elecciones. Me recibió un señor que se presentó como secretario del
partido, le expliqué mi motivación por tomar parte en la campaña electoral.
Luego de escucharme me explicó que por mi edad debía hablar con Ronen el
encargado de organizar a los jóvenes y que lo encontraría en
La
imprenta en la que trabajé, me abrió una cuenta en el Bank Leumí para
depositarme el sueldo. Aprendí a través de la gente que comenzaba a conocer,
de la existencia de las tarjetas de crédito, de sus ventajas y pensé que sería
bueno tener una. Fui a hablar con el encargado de las tarjetas en el banco. Me
pidió el número de cuenta y por respuesta dijo que el banco no da tarjetas a
obreros sin ingresos altos. Por esa época el Bank Hapoalim abría una sucursal
cerca de nuestra casa y pedí hablar con el director. Me recibió y en poco
segundos ya hablábamos en español, le dije que viví en el kibutz Or Haner y él me contó que también había abandonado el kibutz Mefalsim, vecino
a Or Haner, donde viven olim mayores que yo de la tnuá Ijud Habonim. La decepción
anterior recibía una dulce recompensa, expresó su confianza en mí y su
creencia de que alguien que había vivido en un kibutz era trabajador y recto y
me abrió una cuenta que incluía tarjeta de crédito. Incluso me ofreció
trabajo, que no acepté, porque no me veía contando dinero. Sí comenzó a
trabajar en el banco un muchacho nacido en Uruguay de quien me fui haciendo
amigo, y a través de el llegué a reuniones en el partido Mapam.
Me
empecé a sentir cómodo, con la gente y también con la ideología. Comencé a
comprender que si bien había temas en común con Avodá, había también
diferencias con las que yo me sentía más afín. En poco tiempo, la sede de
Mapam se convirtió en mi segunda casa y luego de un tiempo, me hice miembro del
partido y la entonces parlamentaria y heroína de la lucha en los guetos, Jaika
Grosman, me dió el carné de miembro del partido con un beso en la frente. Fui
luego elegido como secretario de la sede local y por muchos años activé en la
política local junto a Margalit Weksler, una inteligente y brillante política,
con quien también surgió una amistad. Mapam en los años 80, era un partido
relativamente pequeño y se presentaba a las elecciones junto a su hermana mayor
Avodá, tanto a nivel nacional como local.
En
las primeras elecciones locales en que activé, llegamos a una reunión con
Menajem Ariav, el líder e intendente por Avodá de la ciudad para conformar la
lista de concejales. Margalit era nuestro número uno para la junta de
concejales y no quisimos aceptar el lugar en la lista que Avodá nos proponía.
Pretendíamos más. La diferencia de
ideas llegó al general, ya en reserva, Mota Gur, encargado de una comisión de
arbitraje común a los dos partidos. Para solucionar estas diferencias, viajamos
a Tel Aviv y allí nos encontramos
con Ariav, el secretario de Avodá
en la ciudad, Margalit y yo. Mota Gur, escuchó las posiciones de cada uno y yo
aproveché para contarle cuando lo había visto a él por primera vez, en el
hospital de Tzfat en el año 70, mientras estaba internado con mi pierna rota. Le conté, ya que
él se intereso mucho por mi, que
había vivido en el kibutz Or Haner y él quiso saber como había llegado a
Mapam. Le relaté la historia, con Ariav presente, y él decidió aceptar nuestro
pedido. También en esas elecciones mi nombre figuró como candidato al consejo,
pero la lista que triunfó, no tuvo los suficientes votos para que yo entrara
como concejal.
Entusiasmado
y satisfecho con mi casa política, comencé a brindar tiempo a contribuir a la
sociedad en general. Descubrí el centro comunitario, pequeño, pero muy
significativo en sus actividades. No encontré obstáculos para organizar mesas
redondas en temas de actualidad. También trabajé (con alguien que trabajaba en
asesoramiento en el Bank Hapoalim), en construir un modelo de centro comunitario
que incluyera un camping y actividades propias a este cambio. Presenté al
directorio esta nueva idea, fue recibida en forma apática y se olvidó.
Meirav
iba a clases de ballet al centro
comunitario y nuestra integración a la ciudad marchaba bien. El trabajo en la
impresora de libros Madan era bueno, se podían hacer horas extras,
imprescindibles para lograr un mejor sueldo, pero a mi me urgía progresar. Así
llegué al Ministerio de Agricultura, y comencé a trabajar en una estación
experimental, cercana a Nazareth Illit, como técnico ayudante en el combate
biológico contra insectos, con un investigador de origen Druso. El trabajo con
él fue muy interesante y nuestras conversaciones con respecto a política, a lo
que sucedía en el Líbano conquistado en esa época, y a Israel en general hacían
el trabajo aun más interesante. A este trabajo llegué gracias a haber vivido
en un kibutz y a tener ya conocimiento en tareas agrícolas. El sueldo era algo
mejor que el de la imprenta y no había necesidad de hacer horas extras y a las
15 y 20 terminaba mi jornada.
Este
cambio me dejó mucho tiempo libre, aumenté mi presencia social y mi actividad
política en la ciudad y en el partido a nivel nacional. Un día me llamó el
centralizador de Mapam en la región y me ofreció ocupar un puesto
tradicionalmente perteneciente a un miembro del partido, en el movimiento
juvenil de jóvenes trabajadores y estudiantes de
la histadrut. Como parte de la sección de jóvenes trabajadores ayudaría y
apoyaría a estos a proteger sus condiciones laborales y organizaría también
actividades sociales para ellos.
A
pesar de que estaba muy contento con mi trabajo en el Ministerio de Agricultura,
me pareció que esta idea me aproximaba más a lo que me gustaba hacer, que era
integrar el trabajo con un alto compromiso en el tema social. Para inclinar la
balanza, la proposición de un sueldo algo más alto y la novedad de poder
manejar el tiempo bajo mi responsabilidad me llevaron por unos años a
compenetrarme más en la vida de la clase obrera en Israel, en el mundo de los jóvenes
que necesitaban trabajar para ayudar a la manutención de su familia y en
conocer de cerca lo que se llamaba la segunda Israel. Volvía así, sin tenerlo
planificado a lo que seguramente hacía mejor y con mucho amor: ser conductor y
líder de grupos.
Para
este trabajo me vi necesitado de un auto y junto a la confianza que Clarita y yo
íbamos tomando en nuestra capacidad de progresar, adquirimos un auto usado, la
famosa Susita, que cumplió con todo lo que se esperaba de él.
En
julio del año 82, nació Naamá, nuestra segunda hija, y con valentía cubrí
Mientras
trabajé con los jóvenes, crecí muchísimo en conocimientos y experiencia,
también aprendí, que si bien Avodá y Mapam eran partidos hermanados, quien
pertenecía a Mapam seguía siendo sospechoso de ser admirador de
Antes
de relatar esta nueva experiencia, quiero contar otra, no muy grata, durante la
entrevista para el trabajo en la sociedad de jóvenes trabajadores. Al finalizar
la entrevista para confirmarme en el trabajo, se me pregunto, si yo pensaba que
con mentalidad de olé jadash, podría arreglarme con jóvenes nacidos en
Israel. Por unos momentos me indigné en silencio y respondí que lo mejor sería
que ellos me lo dijeran después de un tiempo de trabajar. Debo decir con
humildad que creo que mi aporte a la organización y a los jóvenes con quienes
trabajé fue muy positivo y lo de olé jadash fue prontamente olvidado.
El
inspector del Ministerio de Educación en el área de juventud, miembro del
directorio del centro comunitario, donde comenzaría una nueva etapa laboral,
puso la condición de que al mismo tiempo que trabajara, debía dedicar dos días
a estudiar en un programa del Ministerio para que el mismo aprobara el
nombramiento. Y así durante dos años con mi fiel Susita, viajé a un centro de
estudios cercano a la ciudad de Acco, aprobé los exámenes y me hice merecedor
del título de “Apto para coordinar juventud del Ministerio de Educación“.
Mi
trabajo era intenso, aquí no había horarios, los días que alternaban estudio
y trabajo eran largos, los fines de semana muy ocupados, no sólo por el trabajo
que había, sino por que yo deseaba sincera y relevantemente aportar a la vida
de la juventud en la ciudad.
Luego
de unos años a un ritmo extraordinario de trabajo, una tarde de viernes ojeando
el diario leí que buscaban un sheliaj para juventud en la comunidad judía de
Barcelona. La idea me entusiasmó y luego de enloquecedores exámenes
y entrevistas en agosto del 89 llegamos a esa hermosa ciudad. Clarita
trabajaría en el colegio judío como maestra de hebreo y yo con la juventud.
En
Adaptarnos
de la vida en una pequeña ciudad como era Nazareth Illit a la vida en una
ciudad como Barcelona fue menos traumática de lo imaginado.
Meirav y Naamá que seguramente sintieron el cambio impuesto con más
intensidad, lentamente se adaptaron.
Descubrimos
que Barcelona está en Cataluña y
que los catalanes no se sienten parte de España, pero aceptan la realidad y sólo
festejan con tristeza el día que el reinado de Castilla y Aragón los conquistó.
Los
directivos de la comunidad Judía, nos recibieron bien y del aeropuerto nos
llevaron a nuestra nueva casa, por lo menos tres veces más grande de la que vivíamos
en Israel. Las dos primeras semanas las dedicamos a conocer la ciudad que
realmente es hermosa, y a fines del caluroso mes de agosto parecía como
abandonada ya que la gente estaba de vacaciones y las actividades empezaban al
finalizar estas.
A
mediados de septiembre empezamos
concretamente la shlijut. Clarita comenzó a trabajar como maestra de hebreo en
la escuela de la comunidad y allí también estudiaron Meirav y Naamá. El
director del colegio, un señor de baja estatura al que todos llamaban “señor
Salama” fue, por decirlo en forma delicada, poco receptivo, poco comunicativo
y podría decir que de la escuela el mejor recuerdo que nos quedó, es el de
maestras no judías que trabajaban ahí.
Fuera
de Montze, una de esas maestras duras de
En
la comunidad, como sheliaj, automáticamente fui el coordinador del área
juvenil y estudiantil. Había una oficina a la que llamaban “la central pedagógica”
y junto a dos madrijim de la comunidad debía realizar el trabajo. Un madrij de
nombre Raymond, que desarrollaba trabajos técnicos y de comunicación y una
madrijá maravillosa de nombre Sol, simpática, inteligente, emprendedora y
sumamente efectiva en organización.
La
comunidad tenía dos líderes importantes, el presidente Simon Emergi y junto a
él, Alberto Mitrani. Los dos, sionistas de alma y profundamente identificados
con la necesidad de educar a la juventud en la importancia de vivir en Israel y
si esto no era posible, centrar la vida comunitaria en un profundo contacto con
Israel.
Esta
política comunitaria me hacía sentir muy cómodo y realizaba mis ideas de
trabajo sin ninguna oposición. Junto a Sol como motor principal realizamos
actividades importantes, con niños pequeños hasta estudiantes; varios
seminarios con la ayuda de otros jóvenes y el seminario cumbre, un encuentro de
jóvenes de toda Europa que fue muy exitoso.
Los
Grinstein aprovechábamos los domingos, generalmente de descanso en el trabajo
comunitario, para pasear, conocer y caminar por las hermosas calles de
Barcelona. En Pesaj del año 90, viajamos a París, hermoso paseo a cuyo regreso
hubo cambios negativos en la comunidad desde mi forma de ver lo sucedido.
Se
empezó a hablar de la necesidad de elecciones en la comunidad y de la
importancia de un cambio en la dirección de esta. Quienes llevaban adelante
estas exigencias eran gente algo más joven que Emergi y Mitrani. Se murmuraba
que uno de los cambios que querían lograr era alejar a la comunidad de las
ideas sionistas y así lograr que los jóvenes se quedaran en Barcelona y la
comunidad asegurara su continuidad.
Finalmente
un día de mayo esta nueva gente asumió la dirección de la comunidad y en el
discurso de triunfo el nuevo presidente dijo que una de las cosas que haría sería
cortar las relaciones con la agencia judía. A partir de este momento todo
comenzó a ser diferente. No me llamaron para decirme sinceramente que no querían
la presencia educativa de un enviado de Israel en la comunidad, sino que me lo
hicieron sentir en forma grotesca (así lo veo yo) a través de una señora,
Luni Schor, encargada por el comité directivo de temas de juventud. Ella comenzó
a ver en cada paso y en cada propuesta que venía de mí, algo no profesional, y
recalcaba, que lo que en realidad la comunidad necesitaba, era un profesional en
temas de juventud que no necesariamente debía venir de Israel. Y repetía a
toda voz que también en Argentina se pueden conseguir buenos madrijim.
Las
relaciones entre ellos y yo se ponían cada día más tirantes y una noche recibí
en casa la llamada desde Israel de Chelo, el director del movimiento Habonim
Dror quien me propuso pasar de Barcelona a México como sheliaj de tres
movimientos juveniles ligados ahí al movimiento kibutziano unido.
Finalmente
a fines de junio viajamos de Barcelona a Israel para organizar la partida a México.
De Barcelona me llevé varias enseñanzas y quizás la principal es el diario
infierno en el que vive una comunidad judía que lucha por supervivir, en la que
gran parte de ella ve en el sionismo una amenaza, y entonces se aferra a la
religión como único lazo de unión al judaísmo, pero que finalmente no puede
frenar procesos básicos de la vida en la diáspora. La asimilación y el
vaciamiento continúo de nuevas generaciones en la comunidad.
Pero
todos estos momentos ingratos del final de la shlijut no opacan en nada el amor
que siento hacia Barcelona, hermosa ciudad de calles y edificios magníficos, de
un aire cultural que se respira a cada paso y a la que siempre tengo ganas de
volver.
También
de la shlijut quedaron amigos. Sol y su familia y un matrimonio de un pueblo
cercano, Joseph y Leonor a quienes conocí al dar una conferencia sobre el
kibutz allí donde viven. Pero lo vivido en Barcelona quedo atrás al regresar a
Israel y organizar la marcha a la ciudad de México.
Los
meses de Julio y Agosto del año 90 fueron muy calurosos en Israel, con uno que
otro atentado terrorista y con viajes constantes a reuniones con las personas
relevantes al nuevo punto de shlijut, México. Finalmente partimos hacia fines
de agosto de 1990.
El
viaje incluía dos días de escala en Nueva York. La verdad, esa ciudad me
impactó y al llegar al hotel por la noche, lo primero que hicimos fue salir a
caminar por la zona más famosa que conocíamos de revistas y del cine, Broadway
en Manhatan muy cercana al hotel. Por
cierto, sentimos temor y nos apresuramos a entrar a una Pizza Hut, donde había
una inmensa policía negra en la puerta. La pizza no resulto para nada gustosa.
Este corto paseo, sirvió para comprender rápidamente que la bulliciosa ciudad
que observamos al salir del aeropuerto cambia de aspecto al llegar la noche.
Pero este primer paso en Estados Unidos fue enriquecedor sin ninguna duda.
Cuando
el avión que nos llevaba a México comenzó a aterrizar, observamos la
inmensidad de la ciudad de México y al estar ya fuera del avión comprendimos
en segundos el significado de la palabra tercer mundo. Janijim del movimiento
Hejalutz que nos esperaban, nos llevaron a un hotel donde estuvimos algunos días
hasta ingresar en nuestra casa por los próximos dos años.
Una
vez instalados, comenzamos a trabajar, Clarita, como maestra jardinera en un
colegio de la comunidad judía de
origen en la ciudad de Alepo en Siria y yo con la juventud de tres movimientos
sionistas. Meirav comenzó a estudiar en el colegio Tarbut y Naamá en el
colegio donde Clarita trabajaba.
Entender
cómo ubicarse en esta inmensa y bulliciosa ciudad tomó un tiempo. Pasar de
Nazareth Illit a Barcelona era en comparación, como pasar de Barcelona a la
ciudad de México. Una ciudad de dimensiones gigantescas.
Paralelamente
yo comencé con la tarea, nada simple por cierto, de conocer y establecer
contactos con la comunidad judía, de unas cuarenta mil almas, dividida en
comunidades según sus lugares de origen,
La
comunidad judía, en su inmensa mayoría, compuesta por gente con amplios
recursos económicos, era objeto de las distintas instituciones destinadas a
conseguir donaciones del mundo judío, es por esto que un buen número de Israelíes
oficiaban de shlijim de universidades, hospitales y lógicamente de
Había
movimientos juveniles para todos los gustos e ideas. Ya en Israel me lo habían
dicho y lo comprobé rápidamente: la vida en los movimientos juveniles había
quedado estancada en el tiempo, como si fueran muestra de museo. Quizás esto se
debía a que la cantidad de miembros no era grande. Yo debía trabajar con tres
de ellos. Los líderes jóvenes muy simpáticos y receptivos, comprometidos con
la ideología sionista hasta el momento de decidir que por cincuenta mil y una
razones ellos se debían quedar en México. Hay lógicamente excepciones, muy
pocas por cierto.
Me
interesó mucho comprender por qué la gente joven se negaba al cambio y a una
vida creativa. Cuando fui conociendo las casas de algunos janijim, comprendí
que lo que yo imaginaba como riqueza era pobreza respecto a lo que había
conocido en Argentina. Cuando un janij contaba que el padre lo había amenazado
que si hacía aliá lo desheredaría, se requería un valor fuera de lo común
para realizar lo que el sionismo esperaba de cada uno.
También
la idea general de que en Israel uno debe valerse por sí mismo, causaba miedo a
quienes habían crecido rodeados de servidumbre y en un entorno que permitía
crecer sin esforzarse en forma desmedida.
Por
lo demás la vida diaria en las tnuot y las actividades extraordinarias como
paseos, seminarios y campamentos eran realmente agradables.
La
actividad con la juventud se desarrollaba principalmente al atardecer y esto me
dejaba tiempo libre por las mañanas. Yo lo aprovechaba para hablar de
actualidad israelí en uno de los colegios cuyos alumnos no llegaban a los
movimientos. Ahí encontré una alumna que un día, llorando, me contó que tenía
un problema y no sabía como resolverlo: Cumplía quince años y el padre le había
dado a elegir como regalo, entre una torta de cumpleaños o un auto nuevo para
ella. Esta anécdota resume el drama y los dilemas de un joven judío mexicano,
que vive en casas donde son criados por una Nana y no por los padres, ocupados
éstos en cuidar las apariencias y la infidelidad del matrimonio, en muchísimos
casos. En la comunidad judía de México, sin generalizar, no hay casamientos
por amor y los hijos, de pequeños, sufren esta realidad. De grandes la repiten.
También
llegue a trabajar con una comunidad judía, (no reconocida por las instituciones
de la comunidad de la ciudad de México), en una ciudad a unos cien kilómetros
de nombre Pachuca: unas decenas de familias, de aspecto semejante al de los
nativos mexicanos, que dicen ser de ascendencia judía interrumpida por la
inquisición y a quienes el judaísmo reformista de Estados Unidos había
recuperado al judaísmo. Esta comunidad tiene su sinagoga y una pequeña casa al
lado, donde los chicos y jóvenes se reunían como parte del movimiento Hejalutz
de Israel. Son gente muy cálida y receptiva y
trabajar con ellos era muy grato. Muchas veces viajé con toda mi familia
y antes de culminar la shlijut nos despidieron con una hermosa fiesta y nos
llevamos un hermoso recuerdo de ellos.
A
decir verdad no comprendí muy bien qué espera el movimiento sionista de la
juventud judía mexicana. Es imposible para ellos venir a vivir a Israel, pero
de adultos se puede esperar de ellos grandes donaciones de dinero y permanentes
visitas. Eso sí, mientras a nivel de seguridad todo esté normal en Israel, ya
que les parece más normal la seguridad de la inmensa e insegura ciudad de México.
Aprovechamos
muy bien este período de shlijut para pasear y conocer lugares hermosos y
fascinantes de ese inmenso país.
También
la cercanía relativa de los Estados Unidos de América, nos permitió conocer
algo de un país diferente a todo lo conocido por nosotros hasta ese momento.
Cuando
regresé a Israel, resumí la experiencia mexicana de esta manera: si uno quiere
disfrutar de la estancia en México y en su capital, se deben cumplir tres
requisitos: primero, no respirar para así protegerse de la contaminación,
segundo, volverse insensible a la pobreza, a los chicos tirados en las calles y
pidiendo limosna y tercero, disfrutar del folklore mexicano, de la rica historia
y monumentos culturales, de los hermosos paisajes y la hermosa música.
Los
janijim trajeron un conjunto de mariachis como es costumbre para despedirse y
con la canción de fondo “México lindo y querido…“dije adiós a esta
apasionante experiencia de la shlijut, a fines de agosto del año 92, en el
aeropuerto ubicado dentro de esta impresionante ciudad, y comencé el viaje de
regreso a Israel.
Cuando
regresé a Israel con mi familia en el verano del 92, en
Nazareth Illit había muchos cambios, la inmigración masiva de olim de la ex
Unión Soviética se sentía en todo. Entre los cambios, terrenos vacíos frente
a nuestra casa, eran ahora nuevas viviendas, barrios nuevos eran construidos y
en la calle, en el supermercado y en el dispensario de kupat holim, se podía
creer que el hebreo ya no era el idioma de Israel.
A
los pocos días me presenté a trabajar al centro comunitario y me dijeron que
la promesa de darme el mismo trabajo que hacía antes de salir a la shlijut como
centralizador del área de juventud no la podían cumplir. Quien lo estaba
haciendo, por razones que no me explicaron, seguiría y por el momento me proponían
que trabajara junto a él.
Así
paso un tiempo hasta que me propusieron ser director de una nueva área de
proyectos especiales destinados a olim jadashim principalmente, ya que urgía la
necesidad de prestar atención a los problemas nuevos que iban surgiendo con la
llegada masiva de estos. Con gusto acepté y ya puedo contar que sin duda esa
nueva función respondía a mis capacidades e inquietudes. Comencé el
aprendizaje de las cuestiones que precisaban respuesta a la absorción de nuevos
inmigrantes y es así que aprendí muchas lecciones importantes.
Antes
de la shlijut, ya conocía sobre los judíos etíopes que habían llegado a
Israel en los años 80 pues nuestra familia ayudaba en el proceso de integración
a la familia Admaso que llegaron en la llamada operación Moshe. Aprender y
elaborar respuestas validas a las necesidades de nuevos olim que llegaban de
Etiopia, la ex unión soviética y también de Argentina era sin duda un
proyecto muy complejo.
Así
llegué a tener en la organización Joint mundial un compañero institucional
que no sólo aporta dinero, sino que enseña y guía para hacer el trabajo
correcto. De la misma manera el Ministerio de Absorción y la maravillosa
encargada de los proyectos comunitarios Shoshana. También aprendí mucho en
Por
suerte el centro comunitario aceptó esta forma de trabajo. Sin duda es la
receta apropiada para lograr éxitos en el trabajo con comunidades de olim que
necesitan una ayuda más intensiva en el proceso de absorción luego de haber
hecho aliá.
Pasé
horas escuchando a Guilad y tomando en cuenta cada una de sus ideas de cómo
llegar a los corazones de estos judíos de color llamativo que se encontraron
con un océano de dificultades en Israel. Lo lindo de este trabajo es que
abarcaba el trabajo con niños, jóvenes, adultos
y ancianos.
No
es mi intención relatar todos lo proyectos con la comunidad etíope, de la que
me enamore y le dedique importantes esfuerzos, sólo algunos que me parecen
especialmente relevantes. En la época en que centralicé el área de juventud
me convencí de lo importante del curso de formación de monitores jóvenes
(madatzim en hebreo). Llegamos a esto observando que en el curso anual de jóvenes
monitores en el centro comunitario no participaba ningún joven etíope. Esto
significaba para mí una clara y rotunda señal de falta de integración.
Guilad
y yo llegamos a la conclusión de que chicos de la comunidad etíope, no iban a
ser partícipes de este curso debido a que no habían vivido la experiencia de
un movimiento juvenil, y por lo tanto los niños más pequeños no participaban
de actividades extra escolares organizadas
por el centro comunitario. Un curso específico para ellos, que les aportara
conocimientos sobre esta parte importante en la vida de un joven israelí los
ayudaría a integrarse con más facilidad. Realmente fue un éxito, ya que en el
verano siguiente a la finalización del curso se presentaron para trabajar en
las colonias de vacaciones en igualdad de condiciones con el resto de los jóvenes
israelíes como monitores. Como resultado de este pequeño gran cambio decenas
de niños pequeños lo hicieron como educandos en las colonias atraídos por sus
hermanos, vecinos o parientes mayores, ahora responsables y acreditados como
monitores. Este pequeño detalle cambió la dinámica de integración en las
actividades de educación no formal.
También
era de suma importancia hacer algo que acercara a las parejas relativamente jóvenes
a tener contacto con israelíes nativos o
con muchos años de vida en Israel. Algo diferente a una relación como la del
encuentro en el trabajo. Así surgió la idea de hacer un ciclo de encuentros
con motivos culturales, canciones, pantomima, o paseos, en los que participaron
parejas etíopes e israelíes como detallé anteriormente.
Esta
idea se tradujo en un éxito, no por milagro, sino debido a un largo proceso de
trabajo que incluyó conversaciones y preparación de los participantes para
motivar a un alto grado de predisposición al encuentro y a relacionarse más
allá de una reunión casual. Los mayores también recibían constantemente
infinidad de proposiciones, como cursos para perfeccionar el idioma, estudios
para desarrollar capacidades laborales que les permitieran acceder a trabajos más
reconfortantes y con mejores ingresos.
A
Nazareth Illit, también llegaban miles de Olim de la ex Unión Soviética o
como la gente los llamaba: los rusos. En esta nueva área de trabajo, en la que
era necesaria una especial sensibilidad, comprendí rápidamente que no todo olé
que llega de la antigua Unión Soviética es ruso. Saltaban a la vista olim de
tez oscura venidos de una zona musulmana llamada Cáucaso. Así comencé a
trabajar y desarrollar programas con esta comunidad a la que llegué a conocer
profundamente. Por esas cosas de Dios, como suele decirse, conocí a una joven
excelente, Vladimir Janucaiev, que hebreizó el nombre a Amir Janoj, quien
comenzó a trabajar conmigo como puente con esa comunidad, así como Guilad lo
hacía con la comunidad etíope.
También
aquí me dediqué mucho a escuchar y realizar las ideas que traía Vladimir para
ayudar en el duro proceso de integración en este país que, como se dice:
“quiere mucho que haya aliá, pero que no quiere a los olim “ y menos a olim
cuya apariencia es algo diferente a la del judío ashkenazí. Lo más urgente
era crear actividades para niños y jóvenes y crear motivaciones para hacerles
desear la integración. Era primordial reforzarlos en el campo de la educación,
para que llegaran al nivel de comprensión de lo estudiado por la mañana y con
los deberes hechos para la escuela. Para los padres el hebreo no era fácil
de dominar y no podían ayudar a los hijos en estas tareas. La ayuda que les
brindamos fue muy apreciada por la comunidad.
Un día
me preguntaron: “Con chicos y jóvenes de la comunidad caucásica trabajan
bien y tienen éxito, pero ¿con los padres? A partir de esta pregunta Vladimir
y yo pensamos en la forma de atraer a los mayores al centro comunitario.
Vladimir propuso hacer una fiesta donde se sirviera cordero asado. En principio
me pareció una idea descabellada, pero Vladimir dijo que esto movería a la
gente. Decidí ser fiel a una de las premisas fundamentales del trabajo
comunitario que es, responder a las necesidades de la comunidad y con dificultad
convencí al director del centro comunitario para hacer esta actividad. El
encuentro fue un gran éxito y definitivamente abrió el camino a un largo y
minucioso trabajo con todos lo miembros de esta comunidad profundamente
sionista. Ya a principios del surgimiento del sionismo habían sobresalido
aportando como pioneros y firmes defensores de las primeras colonias a fines del
siglo 19, aunque
lamentablemente la sociedad israelí los consideraban con algunos vestigios de
racismo.
A
fines del año 1994 se agudizó la crisis económica del centro comunitario y el directorio trajo la proposición de aliviarla equilibrando el
presupuesto a través del despido de empleados.
A
esta explosión en la estabilidad del centro comunitario la acompañó una
publicación en el diario local (a mi criterio publicada por incentivo del señor
intendente Menajem Ariav), donde se contaba a la ciudadanía que seis de los
centralizadores de áreas en el centro
comunitario ganaban una suma impresionante de dinero. Como es sabido en Israel,
hay sueldo bruto y sueldo neto y poner sumas del bruto como neto, creó de
antemano una animosidad en la opinión pública contra los empleados del centro.
Ante esta situación de emergencia había que organizarse como empleados y
defenderse de los programas de la intendencia y el directorio de dejar a gente
sin trabajo, como única solución posible a la crisis económica. Reuniones de
emergencia de los empleados, me llevaron a estar junto a Itzik, el director de
la biblioteca, al frente de una lucha sindical para frenar o disminuir los
resultados del programa de saneamiento del directorio del centro. En forma
natural, pedimos guía y apoyo a la histadrut (la confederación del trabajo)
aun sabiendo que también en esta institución que tiene una sede en la ciudad
la ultima palabra, sin que nadie lo escuchara, la daba el intendente.
El
conflicto y las negociaciones duraron varios meses plenos de tensión, nervios y
angustias personales y de las personas a quienes representábamos sobre el
futuro laboral. Noches sin dormir o durmiendo mal, reuniones en las que al final
de ellas debía haber una solución y una y otra vez ésta no llegaba. Miraba a
mis compañeros de trabajo, a mi propia familia, sin saber qué decir o cómo
tranquilizarlos. Finalmente se llegó a un acuerdo en el que no evitamos todos
los recortes a nivel de despidos de personal, pero el directorio tampoco logró
llevar adelante los planes drásticos que tenían.
Junto
a la lucha sindical, el trabajo seguía y así para esa época surgió la
proposición de viajar a Azarbijan un importante país del Cáucaso a orillas
del mar Caspio como enviado de la oficina de contacto de Israel para los ex países
de
Me
propusieron entonces, viajar a Ucrania para hacer la misma actividad. Esta vez
no estaría acompañado por Vladimir. El Cáucaso me entusiasmaba más, pero
conocer un mundo desconocido por mí me inclinó a aceptar. Viajé por cuarenta
y cinco días con Mijael, un olé llegado de Ucrania y que conocía bien la
capital, Kiev, ya que había estudiado ahí en la universidad. Esos días fueron
una experiencia enriquecedora e inolvidable. Kiev es una hermosa ciudad, llena
de iglesias y nieve en las calles. Lo más triste y doloroso que visité en este
viaje fue el bosque Babiiar, en un barrio de Kiev y donde bajo la parquización
actual yacen miles de judíos asesinados por el ejército Nazi. Un gris
monumento guarda este trágico recuerdo.
A
quien no conoce la historia, le costaría creer que en este plácido y cuidado
lugar hay una gran tumba común de los judíos de Kiev.
Harkov
donde se realizó el seminario (a unos seiscientos kilómetros de Kiev),
conservaba aun monumentos de Lenin y otros con la hoz y
el martillo, recuerdos de una época en desaparición. El lugar del
seminario, parecido a una inmensa clínica, nos albergó en el séptimo piso. Ahí
aprendí mucho del sufrimiento que padecía la gente en ese lugar. Lo menos
importante, era que a las siete de la tarde el ascensor dejaba de andar ya que
había que ahorrar energía debido a la crisis que atravesaban. Lo más triste e
impresionante fue ver de cerca a decenas de víctimas de la explosión de la
usina atómica de Chernovil, que se hospedaban en esta clínica, todos con sus
cabezas cubiertas para ocultar los terribles resultados de esta tragedia. También
me sorprendió ver en la cena del Shabat, cómo los jóvenes que descubrían de
nuevo su judaísmo (luego de la era comunista donde la religión era una práctica
prohibida), bendecían la comida y el pan, elaborados a base de carne y grasa de
cerdo.
Viajamos
con Mijael en un destartalado avión, de Harkov a Kiev de regreso, luego de una
semana de seminario. Los asientos se movían, pero para tranquilizarme, Mijael
me aseguró que los aviadores eran muy buenos y estaban acostumbrados al estado
de los aviones y a realizar aterrizajes de emergencia. Otra cosa interesante fue
que las valijas se llevan y luego se recogen a mano del avión y no como se
acostumbra a entregarlas y recogerlas en un aeropuerto moderno. El avión llegó
sin problemas. En Kiev la nieve se estaba terminando de derretir, pero hacia un
frío impresionante. Viajamos a otra clínica, alquilada como colonia de
vacaciones, a dictar otro seminario
y en ésta la calefacción ya no funcionaba, para economizar en energía también.
Al finalizar este seminario, nos alojamos por unos días en un departamento
agradable y cálido en el centro de
la ciudad y disfrutamos de la estadía al tiempo que visitábamos en el
centro comunitario judío a los participantes de los seminarios y observábamos
como aplicaban lo aprendido en estos.
Luego
viajamos toda una noche en tren a Odessa, nuestro próximo punto de trabajo y
descubrí allí una hermosa ciudad cuyas costas baña el Mar Negro. Para mí fue
toda una vivencia subir y bajar por las famosas escaleras que había visto en la
película “El acorazado Potiomkin “ y conversar con Mijael a orillas del mar
sobre la ya histórica revolución comunista. En Odessa conocí a Igor
Grinstein, un periodista judío y a través de él profundicé sobre los orígenes
de mi familia, del mismo apellido, que vivían en esa región antes de emigrar a
Argentina. Si bien fuimos a Odessa a continuar con la instrucción de quienes
habían participado del seminario en Harkov, la belleza de esta ciudad y el
tiempo que se volvía primaveral y agradable nos inclinó a disfrutar lo más
posible de la permanencia en esta ciudad.
A
Kishinev la capital de Moldavia nos trasladaron en auto. Al llegar al puesto
fronterizo ucraniano pensé, al menos por lo que yo sabía de geografía, que el
otro puesto fronterizo sería de Moldavia. Todos los pasajeros del automóvil,
incluso el conductor descubrimos que habíamos llegado a Prenistrovia, un
territorio compuesto por la ciudad Bandera y otra pequeña ciudad cuyo nombre no
recuerdo, donde la influencia comunista se había eternizado. Al pasar por sus
calles vimos la gente parada en fila esperando recibir la ración diaria de
leche y pan.
En
pocos minutos de viaje entramos a Moldavia y llegamos a Kishinev. Los días en
esa ciudad grande, gris y triste los pasamos con el ánimo que ese panorama
aportaba. Los dos acontecimientos más relevantes fueron: comer polenta bien
cocinada como sólo los rumanos la saben hacer (Moldavia había sido alguna vez
parte de Rumania) y ver cómo la anarquía existente en las calles y la falta de
seguridad daban por resultado, que dos personas, a pleno día y en el medio de
una importante ciudad, pudieran llevar un cuerpo sin vida en una frazada y
tirarlo al río como quien con tranquilidad se toma una bebida.
Finalmente
llegó el día de regresar a Israel. En el aeropuerto internacional de la ciudad
de Kishinev la pobreza resaltaba, en el aeropuerto no había canillas en el baño,
ni agua en el inodoro. En un avión ruso de antigua modernidad, en asientos
especialmente incómodos regresamos a Israel en el único vuelo que salía ese día,
de esta importante y enriquecedora experiencia.
Capítulo final
Ya
en Israel me encontré nuevamente con la compleja rutina diaria y los nuevos
problemas que surgían y había que tratar de superar. En lo que hace a mi participación política, paso a
paso me iba yo retirando de esta actividad. Era evidente que si bien comprendo,
puedo analizar e incluso explicar con claridad una situación política, yo no
disfrutaba en el marco de un partido político como activista.
El
trabajo y el deseo de encontrar soluciones para las comunidades etíopes y caucásicas
con las que trabajaba, me absorbía cada vez más y sentía mucha satisfacción.
En
esta época me surge una proposición de trabajo de la organización nacional de
centros comunitarios, para ser parte de un equipo de monitores y a nivel
nacional participar de un programa de apoyo en horas extra escolares a alumnos
inmigrantes de Etiopia y del Cáucazo que tenían serias dificultades en las
horas de colegio en materias como matemática, lengua y biblia.
Estas
dificultades aportaban en gran medida a una relegación social dentro de la dinámica
escolar. Este programa de nombre PELE, en hebreo “milagro“, resultó ser
para mí, un verdadero milagro. A
través de él, por su contenido y por los grandes recursos económicos que traía
consigo, se podían desarrollar todos los sueños que tenía junto a Guilad y
Vladimir: un diálogo claro y permanente con los colegios, una participación más
activa de los padres en el proceso de integración y educación de los hijos e
infinidad de actividades en el campo de la educación no-formal que se podían
adjuntar.
Junto
al entusiasmo por esta nueva oportunidad de realizar un trabajo bueno y
efectivo, la crisis institucional acompañaba al centro comunitario. Arie, el
director del centro, luego de la dura crisis pasada renunció al
trabajo y al poco tiempo llegó un nuevo director. Esta nueva persona, que llegó
de fuera de la ciudad, trajo un modelo de dirección que, al menos a mí, me
resultaba poco correcta.
En
forma paralela me iban ocurriendo dos cosas, mi trabajo específico me gustaba
cada día más. Junto a los encargados nacionales del programa PELE valorábamos
logros que se podían ver y medir y yo realmente me había enamorado de lo que
hacía. Al mismo tiempo cada día me sentía más extraño en el marco del
centro comunitario y cada vez que era necesario tener contacto con el director
del centro, el choque era inevitable.
El
programa PELE tenía una asesora nacional, Sara, que llegaba casi todas las
semanas a ver y ayudar en la marcha del trabajo.
Con
el tiempo ella se convirtió en amiga y yo le comentaba la dicotomía en la que
vivía. La situación llegó a tal punto que las ganas de llegar al centro
mermaban, hasta el punto de que comencé a pensar en la posibilidad de cambiar
de trabajo. En uno de esos días PELE y los encargados del programa, me hicieron
un regalo que me dio una alegría inmensa. En un llamado telefónico a media mañana
me preguntaban si estaría dispuesto a venir a trabajar con ellos como asesor.
Mi respuesta “un inmenso sí“ fue inmediata. En dos días ya estaba en una
entrevista con Asher el director, creador y motor de este programa. Las
condiciones de trabajo, eran algo mejores que las que tenía, podía seguir
estudiando un día por semana como
lo hacía y sólo me llevó algunos segundos decidir el cambio de lugar de
trabajo.
Así
empecé una nueva etapa, que requería mucho esfuerzo. Viajaba todo el tiempo
para las reuniones del equipo en Kfar Saba, (unas dos horas de viaje desde
Nazareth Illit) y a distintos
centros comunitarios que habían incorporado este programa a diario. Pero mi
felicidad era inmensa. Como parte del equipo responsable del programa PELE, sentía
yo una afinidad increíble, como no lo había sentido hasta ese momento luego de
años de trabajo, entre la idea, la acción y un grupo humano hecho como a mi
medida.
A
principios del año 2000 empecé a tener dolores de cabeza constantes. Atribuí
estos dolores al trabajo constante y prolongado, acompañado de largos viajes
todos los días, junto al esfuerzo de seguir estudiando y los fines de semana
dedicados a preparar trabajos y exámenes. Tomaba un analgésico y así seguía
adelante. Pero el 24 de julio del año 2000, llegué a Kfar Saba, a la reunión
semanal y esta vez mis compañeros me recibieron alarmados, con preguntas
sobre mi aspecto, lo que delataba un grave problema. Estás totalmente pálido,
¿querés que te llevemos a la sala de emergencia del hospital?, como yo me
negaba a ver lo que pasaba y quería pensar que todo estaba bien, me senté en
la reunión. Luego de un par de horas me empecé a sentir mal.
Regresé
a casa y junto a Clarita fui al dispensario. De ahí, luego de medirme la presión
arterial me subieron a una ambulancia y luego de un mes, por suerte con vida salía
del hospital Hadassa de Jerusalén, con daños en el cerebro a raíz del
accidente cerebral sufrido, con daños irreversibles en los riñones y la vista,
todo producido por la alta presión arterial de la que yo no tenía idea que
padecía y que se había tornado una seria enfermedad en mí.
La
atención y los cuidados que me brindaron Clarita y mis hijas Meirav y Naama
fueron y son parte de una buena recuperación, junto a la buena ayuda médica
que recibí. Mis amigos y todos mis compañeros de trabajo también fueron muy
importantes.
Luego
de un mes de descanso en mi casa, tras salir del hospital, regresé al trabajo.
No tenía fuerzas, ya que sentía como si me hubiese pasado una aplanadora sobre
el cuerpo. Sentía como si un bombo tocara dentro de mi cabeza, pero el deseo de
sentirme sano era muy poderoso. Dos cosas importantes me pasaron entonces que me
llenaron de angustia. No tengo la más mínima duda que era muy apreciado en el
trabajo y que mis compañeros y el director del equipo estaban plenos de
comprensión. El hecho de darme menos tareas para hacer era pensando en mi bien
y en permitirme tiempo para la recuperación.
Pero
al mismo tiempo, creo que es lo que ellos entendieron luego de visitarme en el
hospital, había una clara realidad que yo no quería aceptar y es el hecho de
que mi cuerpo y mi cerebro no eran los mismos que apenas dos meses atrás. No
tenia fuerzas ni claridad mental para invertir en el trabajo casi sin límite
como lo hacia antes. Yo veía, sentía y sufría por lo que me estaba
ocurriendo. Asher, el director del equipo, cuya sensibilidad no era algo teórico
sino que ponía esta actitud humana en práctica, propuso la posibilidad de
conversaciones con alguien que había hecho un curso de supervisores y así ella
podría poner en práctica lo estudiado. Acepté la idea y comencé a
encontrarme con Clair Calderon. Al cabo de un tiempo llegué a la conclusión de
que si quería seguir viviendo en
forma lo mas normal posible, debía yo, solicitar mi jubilación por incapacidad
laboral. Al cabo de un tiempo, terminé los trámites y me jubilé.
Muchos
sueños de progreso profesional quedaron de lado, pero sin ninguna duda el hecho
que llegué a una situación de poder escribir y disfrutar de la vida, se debe a
esta valiente y lógica decisión. La internación se produjo sobre el final de
mis estudios y con una voluntad que ignoro de dónde saqué, terminé mis
obligaciones académicas y recibí el titulo de B. Ed en “educación no
formal”.
Los
primeros tiempos sin trabajar, sin esa rutina de levantarse y dedicarse a lo que
uno había hecho, fueron difíciles. Pero un día asumí lo que me había
ocurrido, empecé a ser voluntario en el Ministerio de Absorción ayudando a
nuevos inmigrantes de habla española que llegaban a Israel y comencé a
encontrar valor a mi tiempo. Con el paso de los meses decidí hacer algo que me
enriqueciera a nivel personal y
aprendí a hacer manualidades.
Hoy
día estoy abocado a aprender a tocar música, tarea ésta que nunca había
hecho y que nunca soñé que haría.
Al mismo tiempo escribo este pequeño relato con lo que me quedo en la memoria,
que está llegando a su final.
Estamos
ya a mediados del mes de junio del 2006. Cuando hace unos meses comencé a
escribir, lo hice, sin sentir la seguridad de tener las fuerzas necesarias para
hacerlo. Entonces decidí hacerlo una vez a la semana, escribir poco a poco y así
cumplí mi cometido. Lo que he escrito es algo muy reducido de todo lo que quisiera decir y contar, pero es mejor que poco a nada.
Todo
comenzó con la idea de compartir lo vivido en los sucesos que me trajeron a
Israel en forma precipitada, y sorpresiva sin tiempo a elaborar una decisión.
Una partida deseada pero no de forma tan repentina, producto de la realidad
argentina en esos momentos. Realidad dura que luego tomaría formas tenebrosas y
llevaría a muchos como yo, a la desaparición en fosos comunes como tumba,
otros al fondo del mar tirados de aviones y
al destierro a quienes tuvieron la suerte de escapar de Argentina.
Esta
historia sin ninguna duda tiene su
valor anecdótico, al menos para mí y para aquellos a quienes hice partícipe
de ésta en forma verbal.
Luego
decidí extender este relato a los sucesos y vivencias, que me ocurrieron como niño judío de la diáspora,
que creció y se educó en una familia atea, y llegó a través del encuentro
con el sionismo en el movimiento juvenil sionista Ijud Habonim a la decisión de
que el lugar en el que un judío debe vivir y desarrollarse y realizarse es en
el Estado de Israel.
Extendí
mi relato a la vida en Israel, apasionante por cierto, donde algunos ideales se
hicieron realidad y muchos otros se desvanecieron e incluso se desmoronaron
frente a la realidad.
Finalmente
también decidí compartir mi experiencia personal, como víctima de una
enfermedad, que también vino sin previo aviso, como esa partida apresurada
cuando era joven y que me apartó de la vida laboral aun estando lejana mi edad
para jubilarme.
Deseo que quien lea lo que he relatado, encuentre no sólo un interés anecdótico. No tengo aquí dudas que, de haber tenido cualidades de narrador, lo escrito podría haber sido vertido en forma más expresiva y emocionante.
También
espero se encuentren puntos para desarrollar reflexiones y debates en el tema de
la vida en la diáspora judía, que también en estos días, en diversos lugares
del mundo siguen siendo actuales. Seguimos escuchando de Argentina, de por lo
menos un nuevo desaparecido, de la imposibilidad de llegar a la verdad y de hacer justicia descubriendo a los autores de los
atentados a la embajada de Israel y
Más
adelante relaté mis experiencias de vida como nuevo inmigrante en el estado de
Israel, el paso importante y formador del kibutz y la vida en Israel en general,
desde el punto de vista de un inmigrante idealista y sionista que soñó con una
nueva vida distinta a la de un judío diaspórico. Sin duda, dos situaciones difíciles
en la vida de un judío, nacido en un país tan particular como
Finalmente
deseo que esta pequeña historia, sea importante para los lectores, como lo es
para mí. Mi alegría es grande por haber cumplido lo que me he propuesto, al
comenzar a escribir. Algo de lo que tenía muchas dudas. Inmensas gracias a mi
hija Meirav que ha traducido lo escrito al hebreo y que próximamente será
también publicado.