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Marcelo Sneh     Inglés, hebreo y francés. Con certificación notarial

Pablo Mandil

Linda no me hagas sufrir

 

Estoy sufriendo Linda

por favor no me hagas sufrir

llámame

Por el amor de Dios!

Vi tus pechos una vez

cuando estábamos en el taller

de pintura de tu hermano

y salí a la calle alborozado.

Mi amor es tan grande por vos

que nunca te lo confesé

pero ahora me repongo

y escribo estas líneas que quizás

no tienen valor.

Por el amor de Dios! Linda no me hagas sufrir

soy capaz de hacer cualquier cosa por vos

destruir el mundo si es necesario

o construirlo paso a paso

Por favor Linda no me hagas sufrir

Voy a morir de pena

si no me contestas

Por favor Linda no me hagas sufrir

      Soy capaz de hacer cualquier cosa por vos!

Palabras

Palabras del rey David:

Se va una generación y viene otra

pero la tierra permanece siempre

Sale el sol

se pone el sol

y corre sin detenerse

para salir de nuevo

Va el viento hacia el sur

y luego gira al norte

y girando

vuelve sobre sus giros

Todos los ríos van al mar

y el mar no se llena

nuevamente el agua

correrá por los ríos

Se cansarán de hablar

y no podrá decir más

pero no se sacia de ver

ni el oído de oír

Lo que fue volverá a ser

lo que se hizo se hará nuevamente

No hay nada nuevo bajo el sol

Y si te dicen

aún eso fue en siglos anteriores

No hay memoria de los ancianos

igual pasará con los descendientes

nadie los recordará

entre los que existan después.  

Sé que me quieres

Sé que me quieres como un amigo más

tu indiferencia me va a matar de amor

Así me vas a matar Linda

Tu cuerpo me hace temblar Linda

Date cuenta de mis sentimientos.
 

 

Otra vez

  El campesino recogió su vid

y la transformó mágicamente en vino

el trueno se transformó en primavera

la cara de los poetas se alegra

por el cosmos sagrado que alumbra el universo

el entusiasmo creador vuelve a nacer

los hijos de la tierra

pueden beber el fuego divino

la madre naturaleza

nos señala el camino

de terminar con el caos

nuestras almas se alumbran

por el canto de los rabinos

otra vez, por fin, otra vez,

ebrio de fuerza empiezo a escribir.

el verbo nos llegó de Israel.

Los Gnomos   

Los Gnomos me difaman, dicen que estoy loco, me quieren esclavizar! Ellos tienen poderes mágicos. Habitan en cuevas. Practican las ciencias ocultas. Quieren matarme. Y tengo que trabajar para ellos. Esos zánganos no quieren que escriba. Tienen miedo a la libertad de expresión. Se disfrazan de médicos, de religiosos, de profesores, de estudiantes y sólo son asesinos. Dicen querer el bien y en realidad sólo practican el mal. Odian el arte. Para ellos hay una única verdad, el mal. Necesito ayuda de los demás escritores, para que me protejan de esas bestias. Se disfrazan de profesionales y en realidad sólo quieren hacerme desaparecer. Son unos mediocres. Les temen a los escritores que hilan fino con su pluma. Me temen porque describo mi aldea de ton a son. Dicen ser periodistas. Y en realidad sólo son escribas nazis. Aparecen por Tv. Tienen el poder, temen perderlo. Y finalmente lo van a perder. Los escritores vamos a derrotarlos y ellos caerán inevitablemente. Ellos se alían con los terroristas palestinos para infundir miedo a la población, para conservar el poder. A los escritores nos producen desprecio. Nadie me va a quitar mi libertad en la escritura. Los escritores vamos a destruirlos. Porque queremos un gobierno humanitario. Ellos dirigen la opinión pública. Malditos Gnomos! Quieren hacerme desparecer. Pero yo los voy a hacer desaparecer a ellos con el poder de la palabra escrita. Odio a esos Gnomos!

Intermezzo barroco  

El baño del ministro Mercante estaba lleno de estatuillas de marfil y dólares forrando el inodoro. Esta noche he visto alzarse la máquina nuevamente. Era, en la proa, como una puerta abierta sobre el vasto cielo que ya nos traía olores de tierra por sobre un océano tan sosegado, tan dueño de su ritmo, que la nave, levemente llevada, parecía adormecerse en su rumbo, suspendida entre un ayer y un mañana que se trasladaran con nosotros. Es un anciano marinero y de tres mozos a uno detiene. -Por tu larga barba gris y ojos brillantes, ¿porqué pues a mí me detienes?  Había una heladera en el baño, llena de quesos de todas clases y uno se miraba al espejo mientras comía roquefort o gruyere. De par en par las puertas del hogar del novio y yo soy el pariente más cercano. Han llegado los invitados y la fiesta lista: puedes oír la alegre jarana. El baño tenía mezclados todos los perfumes: del jazmín a la rosa, del francés al dinamarqués. Tiempo detenido entre la Estrella polar, la Osa Mayor y la cruz del Sur -ignoro, pues no es mi oficio saberlo- si tales eran las constelaciones, tan numerosas en sus vértices, sus luces de posición sideral se confundían, se trastocaban, barajando sus alegorías en la claridad de un plenilunio, empalidecido por la blancura del camino de Santiago. El baño era una avellana gigante, una almendra fugaz, una encrucijada gigante donde los músicos tocaban el fagot. Con su mano flaca la sujeta... El invitado se quedó quieto y escucha como un niño de tres años: Así hace su voluntad el marinero. El baño tenía reflectores, cámaras detrás de espejos, un televisor en color para entretenerse en la bañadera y dos esclavos negros que ventilaban el olor del inodoro con abanicos de plumas de pavo real. Pero la puerta sin batiente estaba erguida en la proa, reducida al dintel y a las jambas con aquel cartabón, aquel medio frotón invertido, aquel triángulo negro con bisel acerado frío, colgando de sus montantes. Uno podía hacer poemas de amor y entonces aparecían doncellas para recibirlos y uno podía amar a la doncella según el efecto de encantamiento del poema. Sobre una piedra sentóse el invitado: otra cosa no puede hacer sino escuchar. Y así habló el anciano hombre, el marinero de ojos brillantes. Ahí estaba la armazón, desnuda y escueta, nuevamente plantada sobre el sueño de los hombres, como una presencia –una advertencia- que nos concernía a todos por igual. El baño era una palabra esdrújula, un almizcle, una centolla, un tiburón vencido, un terrón de azúcar, un panal de miel, un resabio de la civilización. -Aclamado fue el barco, atrás el puerto, alegremente pasamos por debajo de la iglesia, bajo la colina, por debajo del tejado del faro. El baño tenía animales de todas las especies y antes de hundirse el mundo el ministro Mercante había acumulado todas las especies de la tierra para que se conservaran hasta después del diluvio.


La celda del recuerdo
  

Estoy en el trayecto de un recuerdo y el tiempo se ha detenido, por fin llegó la aurora, la etapa de volar ha retornado de pronto estoy aquí, con toda la esperanza de algo nuevo, puedo hachar mil árboles porque una fuerza invencible se apodera de mí y puede dibujar diez mil caricias sobre el lomo de aquel que ha descifrado mil vueltas en el estómago de aquel hablador, de aquel destripador, de aquel asesino y de otros cometas que andan danzando por tu piel. Puedo desnucar signos en la cima de una montaña y puedo dirigirme a la señora, la dama, el caballero, para ofrecerle mil recuerdos en una celda o mil celdas en un recuerdo. Porque esto es la celda del recuerdo, donde estoy atrapado en una condena de un puro presente mezclado de fantasmas. Me acechan mil fantasmas revoleando por mi cerebro. Mi cerebro revoleado en una cruzada de recuerdos que me asedian: países como  Austria, Cuba y Moscú y el Sr. Bush (presidente actual de EE.UU.) circulan por mi piel en diferentes épocas. Y estoy quemado por las alas de la historia que me aqueja y no me deja respirar ni dormir ni pensar. ¿A donde irán estas palabras?  Al bolsillo del profesor, a la boca del obrero, al legajo del diputado o a tus lágrimas pasadas. Yo no se si soy así o soy asá pero esto está lleno de recuerdos. Mis oídos se aturden con las bombas que caen sobre algún país de Oriente Medio y se me rompe una vena metafóricamente cuando oigo hablar de un atentado terrorista en cualquier parte del planeta tierra como así también cuando oigo hablar de un israelí o israelíes masacrados por el terrorismo.  El tiempo se va en fuga con una corchea en sí bemol y dos blancas. Percutido por un saxo en do mayor sigo en el camino de una colina.  Soy así y soy asá en esta celda del recuerdo. Prisionero de insensateces pasadas que cometí yo, que cometieron otros, escribo esta reflexión para olvidar el recuerdo, salir de esta celda y andar por  un trayecto sereno. Detrás de una silla saludo a algún lejano ser que antes fue cercano y la silla es mi celda. Espero sentado su regreso pero se que jamás vendrá. En un sueño estoy con una mujer alta, ando en bicicleta con mi tía por la ruta y como aceitunas con un pingüino. Porque ésta es la celda del recuerdo.

El rey, el ministro y la muerte

El ministro guardaba fidelidad al rey. Evitó guerras, propuso un estado de bienestar haciendo feliz al pueblo, combatió sin piedad a los nobles que quisieron usurpar el trono, abominó a los militares y al clero que se sublevaron. En suma, siempre fue un excelente ministro. Un día, una señora de negro con una hoz sobre sus espaldas le propuso una partida de ajedrez. Si ganaba podría vivir treinta años más. Si perdía sería llevado al averno. El ministro pensó en escapar pero ya conocía la historia de aquel ministro que había tomado un caballo de pura sangre y la muerte lo fue a buscar al desierto que era donde supuestamente debía encontrarlo. Entonces pen-só que la única salida era jugar al ajedrez con la dama y ganarle. Pero era un mal jugador de ajedrez. Le consultó su problema al Rey y éste le dijo: -No te preocupes. Por vos invitaré al mejor jugador del reino y lo maquillaremos para que se te parezca. Cuando éste gane, ya que nunca perdió una partida, la muerte se irá humillada y te dejará en paz. Llegó el día de la partida y el jugador inició su juego con un jaque pastor, a lo que la muerte respondió con un peón cuatro rey. La partida duró más de cinco horas y la muerte se dió por vencida. Pero descubrió que su contrincante no era el ministro porque la transpiración del jugador derritió el maquillaje. Y fue a buscar al ministro donde se escondía en una de las habitaciones del palacio. -Te negaste a jugar. Me engañaste- le dijo la muerte -Vengo a llevarte.- -¿Cómo descubriste la trampa, si tu adversario era idéntico a mí?- -En realidad no sabía cómo llevarte. Había una posibilidad en cien de que te ganara. Vos no la aprovechaste y aquí estoy.- -¿Tan mala jugadora sos?- -Sí. Soy nada más que el espejo de la gente.- -¿Pero por qué me llevas al averno y no al paraíso? No cometí en toda mi vida ningún pecado. Siempre fui bueno con el pueblo y con el rey.- -Yo tampoco comprendía por qué. Pero estaba escrito: mentiste en tus últimas horas.-                 

Mi novia                                                       

Todavía conservaba de mis épocas de estudiante de medicina dos fémures, un cráneo, un cerebro en formol, un esqueleto completo, unos ovarios, una vagina, un par de tetas, un estómago, dos pulmones, un corazón, piel y un par de ojos. Fue cuando vino Francisca que tuve la idea de reunir esas piezas y asustarla diciéndole que había creado una vida. Francisca era una vieja amiga que me había ayudado en mis épocas de insomnio a pasar las noches acompañado, tomando mate y hablando de literatura. A ambos nos gustaba Oscar Wilde y sus ensayos sobre el arte. La invité una tarde cuando ya había cosido las piezas y le dije que éste era mi Frankestein. -Estás loco de remate- me dijo, ¡Eso sólo sucede en la literatura y en las películas de terror! Le puse electricidad a la muñeca y ésta superó todas mis expectativas porque comenzó a andar. Destrozó toda mi casa y salió a la ciudad. Supe por el diario que había matado a un viejo que la había agredido y que la buscaba la poli-cía. La municipalidad aconsejaba no salir por las noches por el barrio Rasco porque allí pululaba el monstruo. Los que la vieron decían que fue amable con algunos rabinos y con otros no y que ayudó a una niña a cruzar la calle. Francisca estaba aterrorizada. -Si dieras aviso a la policía de que es tu obra, tal vez podrías ayudar en algo- me dijo. -Francisca, no me quiero meter en problemas con las autoridades. Por vecinos supe que el muñeco se refugiaba por las noches en una estación de ómnibus del barrio de Ar Ioná debajo de unos diarios. -¡Tenés que destruirla!­­­­- exclamó Francisca. -¿Cómo voy a destruir a una hija? Lo que voy a hacer es hablar con ella para que vuelva a casa. Fui a la estación y la vi debajo de los diarios.  -Monstruo- le dije, es muy peligroso que te quedes aquí. Podrían encontrarte y matarte. ¿Por qué no volvés a casa? -Me destruirías- dijo tartamudeando y largando un eructo, -¿Para qué querrías en tu casa a un ser como yo?-  -Escúchame. Soy un hombre sólo. Jugaríamos a las cartas, al dominó, al ajedrez. No tengo con quién jugar ni conversar-. Francisca está enojada conmigo. -¿Me vas a dar sopa de fideos?- me preguntó el monstruo. -Sí. Y también arroz con pollo-. -¿Sabés? Tengo inclinación por la sopa de fideos con queso rallado. Así que trato hecho-. Desde entonces vivo con el monstruo y aunque perdí a Francisca tengo una amiga más. El monstruo cocina para mí, me sirve la comida, me barre el piso y es bondadosa. Ya la policía se cansó de buscarla, aunque creo que los vecinos sospechan algo.

El vendedor cojo de libros usados

El vendedor cojo de libros usados murió el 30 de octubre de 1991. El comisario Sarduy dijo que fue un suicidio. El detective Lompin no creyó en esa sandez y comenzó a investigar a todos los clientes de la librería. En un cuaderno Gloria el vendedor tenía anotados a todos los clientes que iban a encargar libros. Lompin fue a visitar a uno de ellos, una pelirroja llamada Elsa Daniel. Le preguntó cuándo fue la última vez que vió al cojo. Elsa era estudiante de letras. No supo qué contestar. Dijo que no se acordaba pero sí tenía en mente el último libro que le encargó al vendedor, una novela de Philip Dick para su trabajo sobre la ciencia-ficción. Lompin se fijó en las boletas del cojo y constató que esa novela fue vendida en marzo de 1991, muchos meses antes del crímen. Por lo tanto la pelirroja dejó de ser sospechosa. El 30 de octubre de 1991 el vendedor había anotado un pedido, el de un judío llamado Aldo Levi, profesor de Historia Argentina, que había encargado el libro de Ferns sobre las relaciones entre Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX. Aldo Levi era el sospechoso más probable porque le debía mucho dinero al cojo  por libros que no había podido pagar. La suma era bastante alta. Más de 10.000 U$S en libros usados. ¿Qué mejor que un asesinato para sacarse de encima a un cobrador? Dos testigos dijeron que Aldo Levi y el cojo tuvieron una pelea por dinero el día del deceso. El cojo amenazó con embargarlo sino le pagaba los 10.000 U$S. Todas las sospechas caían sobre Aldo Levi. Lompin lo fue a visitar. Vio que era religioso por el moblaje de su departamento y que respetaba todos los preceptos de la Biblia. Si el cojo había muerto de un balazo en el pecho, Aldo Levi solamente por su pasión desenfrenada por el dinero lo hubiera podido matar. Este sacó su calculadora mientras hablaba con Lompin. -¡Usted es sospechoso, es sospechoso de haber asesinado al vendedor cojo de libros usados! –dijo Lompin quitándole su máquina de calcular. -¿Qué motivo puede haberme llevado a eso?-preguntó sorprendido Aldo Levi. -Usted le debía 10.000 U$S. Se pelearon. El quería embargarlo. Usted en un estado descontrolado lo mató con una bala en el pecho. -Sabrá que soy ortodoxo, no haría una cosa así. -Ustedes matan árabes,¿porqué no podrían matar cristianos? -De modo que usted cree que soy el asesino. -Sí. Acompáñeme a la comisaría. Queda detenido por presunto asesinato. Aldo Levi se pudría en la cárcel en espera del juicio. Había cucarachas, arañas y todo tipo de insectos. Se ponía los tefilim todas las mañanas y rezaba.¿Cómo Dios le había jugado esta mala pasada?, se preguntaba. Un día apareció en el diario el siguiente anuncio. Busco las obras completas de Philiph Dick. Pago en dólares. Lompin leyó el anuncio y fue al domicilio que decía el diario. Lo recibió Elsa Daniel. -¿Usted? ¿Qué quiere? –preguntó sorprendida la pelirroja. -Fanática de Philiph Dick, usted tuvo que haberlo matado. El vendedor quiso cobrarle una suma exorbitante por las obras de Dick y usted lo asesinó. Confiese. La pelirroja sacó un arma del cajón de su escritorio. A Lompin lo acompañaban cuatro policías que estaban escondidos. Le dijeron que bajara el arma si no quería morir. A Aldo Levi le pidieron mil disculpas y la pelirroja fue condenada a cadena perpetua. En la cárcel su familia le había conseguido las obras completas de Dick y tuvo tiempo para entretenerse releyéndolas mil veces y hacer su monografía sobre la ciencia ficción.

Tango de Greta Garbo

Me traicionaste Greta, ahora tus besos son para otro. Con quién andarás digo yo, ¿qué fue lo que te hizo dejar de actuar?  Seguramente un gran amor. Me abandonaste. Siempre te admiré, siempre te quise, sobre todo cuando hiciste Ana Karenina. ¿No te gusta más el cine?, ¿Los reflectores te molestan? El director dejó de marcarte. Encontraste tu gran amor y te fuiste para siempre. Era celoso, te quería sólo para él, los dos solos en tu tierra natal, Suecia, los dos solos y no más reflectores, los dos solos en la cama, ya no más suicidios por amor. Nunca más un director que te diga lo que tenés que hacer, ahora te pertenecés a vos misma y a tu gran amor. Antes, cuando estábamos los dos solos en la oscuridad del cine eras toda para mí. Yo te amaba como nadie te ha querido. Te recordaré por tu verdadero nombre: Greta Lovisa Gustafsson cuando frecuentabas en Estocolmo la Academia de Arte Dramático del Teatro Real. Y cuando estuviste en la Leyenda de Gosta Berling yo te amé en el 24. Y cuando estuvimos juntos en La calle sin alegría sollocé por vos. Y cuando la Metro Goldwin Meyer te contrató para hacer El Torrente yo admiraba tus piernas, nos fuimos conociendo de a poco hasta que mi amor hizo explosión en El demonio y la carne. Ahí te vi desnuda, mi amor, toda para mí. Nos amábamos silenciosamente. Vi tres veces esa película y vos me mirabas desde la pantalla muda. Luego vinieron Destino, Orquídeas Salvajes y El beso. En Ana Christie me hablaste por primera vez. Tu voz fue una revelación. Como el canto de una sirena. En Grand Hotel ya éramos íntimos. En Como tu me deseas, nuestra relación se vio intensificada. En Christina de Suecia ya estabas tan lejana. En Margarita Gauthier nuestra relación se fue desgastando. Cuando hiciste María Waleska ya estábamos separados. Pero el punto final fue Ninotchka. De ahí en más no nos vimos para siempre. Tu cuello de gacela, tus labios como pétalos, tus ojos rasgados, tu nariz perfecta, tus pechos vibrantes, todo eso le pertenecerá a otro, mi amor, cómo te extraño. Encontraste a tu gran amor y te fuiste para siempre, traidora, sólo le pertenecerás a él. Nunca más, mi amor.                                                                                                                                        

Julio Gonzalez tiene la culpa de todo

Vi por televisión que había gente que iba a pedir al Estado comida: polenta, arroz y sal. Desde ya nadie sabe que el culpable de todo es Julio Gonzáles, que se multiplica y ocupa todos los departamentos en alquiler y todos los trabajos. Queremos trabajo, estamos cansados de pedir comida, decía un coro de voces. Julio Gonzáles se multiplicaba como Afrodita: se engendraba a sí mismo y ocupaba todas las pensiones y todos los trabajos. Se presentaba a las ocho de la mañana aparentando ser múltiples perso-nas y lo tomaban en todos los puestos presentando los currículum vitae más notables, más excelentes, más completos. Podía estar a la misma hora en varios lugares ocupar los primeros ocho puestos que se necesitaban en todas las colas con diferentes ca-ras y diferentes apellidos como para que no se dieran cuenta que era la misma persona. Los diálogos entre los Julio Gonzáles en los empleos eran extre-madamente aburridos. De vez en cuando contaban chistes verdes pero era una persona extremadamen-te repugnante. Cumplidor y chupa medias, siempre quedaba bien con el jefe. Había diez millones de Julio Gonzáles distribuidos en todo el país en las diferentes oficinas y fábricas. La gente en manifestación solicitaba empleo. El pueblo tenía hambre y sólo Julio Gonzáles trabajaba. El único que sabía que Julio Gonzáles existía era yo. ¿Cómo combatir a ese cáncer que corroía  a la Nación?  Si lo denunciaba a la policía me creerían loco. Si iba a los partidos políticos se reirían de mí. Qué iba a hacer, sólo con mi angustia de los diez millones de Julio Gonzáles mientras yo no tenía ni para comer? Decidí comprar una ametralladora y matarlos a todos. Millones de Julio Gonzáles cayendo bajo las balas de mi metralleta no solucionaron mi situación porque Julio Gonzáles se volvía a multiplicar. Qué hacer para terminar con esa raza de eunucos, fósiles de una nueva humanidad que arrancaba de la vida a los auténticos seres humanos? Se lo conté a un psicólogo y éste me recetó Haloper. Mi hambre aumentaba y mis ansias de tener un techo también. Decidí emigrar en un barco de marineros como polizón y ahora estoy en Sudáfrica lejos de los millones de Julio Gonzáles pero acongojado por mis fantasmas. Mi pasado que me corroe las entrañas.