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Ber Sheva |
Pablo Mandil
Linda no me hagas sufrir
Estoy
sufriendo Linda
por
favor no me hagas sufrir
llámame
Por
el amor de Dios!
Vi
tus pechos una vez
cuando
estábamos en el taller
de
pintura de tu hermano
y
salí a la calle alborozado.
Mi
amor es tan grande por vos
que
nunca te lo confesé
pero
ahora me repongo
y
escribo estas líneas que quizás
no
tienen valor.
Por
el amor de Dios! Linda no me hagas sufrir
soy
capaz de hacer cualquier cosa por vos
destruir
el mundo si es necesario
o
construirlo paso a paso
Por
favor Linda no me hagas sufrir
Voy
a morir de pena
si
no me contestas
Por
favor Linda no me hagas sufrir
Soy capaz de hacer cualquier cosa por vos!
Palabras
Se va una generación y viene otra
pero la tierra permanece siempre
Sale el sol
se pone el sol
y corre sin detenerse
para salir de nuevo
Va el viento hacia el sur
y luego gira al norte
y girando
vuelve sobre sus giros
Todos los ríos van al mar
y el mar no se llena
nuevamente el agua
correrá por los ríos
Se cansarán de hablar
y no podrá decir más
pero no se sacia de ver
ni el oído de oír
Lo que fue volverá a ser
lo que se hizo se hará nuevamente
No hay nada nuevo bajo el sol
Y si te dicen
aún eso fue en siglos anteriores
No hay memoria de los ancianos
igual pasará con los descendientes
nadie los recordará
entre los que existan después.
Sé
que me quieres
Sé
que me quieres como un amigo más
tu indiferencia me va a matar de amor
Así me vas a matar Linda
Tu cuerpo me hace temblar Linda
Date cuenta de mis sentimientos.
Otra
vez
y la
transformó mágicamente en vino
el trueno
se transformó en primavera
la cara de
los poetas se alegra
por el
cosmos sagrado que alumbra el universo
el
entusiasmo creador vuelve a nacer
los hijos
de la tierra
pueden
beber el fuego divino
la madre
naturaleza
nos señala
el camino
de terminar
con el caos
nuestras
almas se alumbran
por el
canto de los rabinos
otra vez,
por fin, otra vez,
ebrio de
fuerza empiezo a escribir.
el verbo nos llegó de Israel.
Los Gnomos
Los Gnomos me difaman, dicen que estoy loco, me quieren esclavizar! Ellos tienen poderes mágicos. Habitan en cuevas. Practican las ciencias ocultas. Quieren matarme. Y tengo que trabajar para ellos. Esos zánganos no quieren que escriba. Tienen miedo a la libertad de expresión. Se disfrazan de médicos, de religiosos, de profesores, de estudiantes y sólo son asesinos. Dicen querer el bien y en realidad sólo practican el mal. Odian el arte. Para ellos hay una única verdad, el mal. Necesito ayuda de los demás escritores, para que me protejan de esas bestias. Se disfrazan de profesionales y en realidad sólo quieren hacerme desaparecer. Son unos mediocres. Les temen a los escritores que hilan fino con su pluma. Me temen porque describo mi aldea de ton a son. Dicen ser periodistas. Y en realidad sólo son escribas nazis. Aparecen por Tv. Tienen el poder, temen perderlo. Y finalmente lo van a perder. Los escritores vamos a derrotarlos y ellos caerán inevitablemente. Ellos se alían con los terroristas palestinos para infundir miedo a la población, para conservar el poder. A los escritores nos producen desprecio. Nadie me va a quitar mi libertad en la escritura. Los escritores vamos a destruirlos. Porque queremos un gobierno humanitario. Ellos dirigen la opinión pública. Malditos Gnomos! Quieren hacerme desparecer. Pero yo los voy a hacer desaparecer a ellos con el poder de la palabra escrita. Odio a esos Gnomos!
Intermezzo barroco
El baño del ministro Mercante estaba lleno de estatuillas de marfil y dólares forrando el inodoro. Esta noche he visto alzarse la máquina nuevamente. Era, en la proa, como una puerta abierta sobre el vasto cielo que ya nos traía olores de tierra por sobre un océano tan sosegado, tan dueño de su ritmo, que la nave, levemente llevada, parecía adormecerse en su rumbo, suspendida entre un ayer y un mañana que se trasladaran con nosotros. Es un anciano marinero y de tres mozos a uno detiene. -Por tu larga barba gris y ojos brillantes, ¿porqué pues a mí me detienes? Había una heladera en el baño, llena de quesos de todas clases y uno se miraba al espejo mientras comía roquefort o gruyere. De par en par las puertas del hogar del novio y yo soy el pariente más cercano. Han llegado los invitados y la fiesta lista: puedes oír la alegre jarana. El baño tenía mezclados todos los perfumes: del jazmín a la rosa, del francés al dinamarqués. Tiempo detenido entre la Estrella polar, la Osa Mayor y la cruz del Sur -ignoro, pues no es mi oficio saberlo- si tales eran las constelaciones, tan numerosas en sus vértices, sus luces de posición sideral se confundían, se trastocaban, barajando sus alegorías en la claridad de un plenilunio, empalidecido por la blancura del camino de Santiago. El baño era una avellana gigante, una almendra fugaz, una encrucijada gigante donde los músicos tocaban el fagot. Con su mano flaca la sujeta... El invitado se quedó quieto y escucha como un niño de tres años: Así hace su voluntad el marinero. El baño tenía reflectores, cámaras detrás de espejos, un televisor en color para entretenerse en la bañadera y dos esclavos negros que ventilaban el olor del inodoro con abanicos de plumas de pavo real. Pero la puerta sin batiente estaba erguida en la proa, reducida al dintel y a las jambas con aquel cartabón, aquel medio frotón invertido, aquel triángulo negro con bisel acerado frío, colgando de sus montantes. Uno podía hacer poemas de amor y entonces aparecían doncellas para recibirlos y uno podía amar a la doncella según el efecto de encantamiento del poema. Sobre una piedra sentóse el invitado: otra cosa no puede hacer sino escuchar. Y así habló el anciano hombre, el marinero de ojos brillantes. Ahí estaba la armazón, desnuda y escueta, nuevamente plantada sobre el sueño de los hombres, como una presencia –una advertencia- que nos concernía a todos por igual. El baño era una palabra esdrújula, un almizcle, una centolla, un tiburón vencido, un terrón de azúcar, un panal de miel, un resabio de la civilización. -Aclamado fue el barco, atrás el puerto, alegremente pasamos por debajo de la iglesia, bajo la colina, por debajo del tejado del faro. El baño tenía animales de todas las especies y antes de hundirse el mundo el ministro Mercante había acumulado todas las especies de la tierra para que se conservaran hasta después del diluvio.
La
celda del recuerdo
Estoy
en el trayecto de un recuerdo y el tiempo se ha detenido, por fin llegó la
aurora, la etapa de volar ha retornado de pronto estoy aquí, con toda la
esperanza de algo nuevo, puedo hachar mil árboles porque una fuerza invencible
se apodera de mí y puede dibujar diez mil caricias sobre el lomo de aquel que
ha descifrado mil vueltas en el estómago de aquel hablador, de aquel
destripador, de aquel asesino y de otros cometas que andan danzando por tu piel.
Puedo desnucar signos en la cima de una montaña y puedo dirigirme a la señora,
la dama, el caballero, para ofrecerle mil recuerdos en una celda o mil celdas en
un recuerdo. Porque esto es la celda del recuerdo, donde estoy atrapado en una
condena de un puro presente mezclado de fantasmas. Me acechan mil fantasmas
revoleando por mi cerebro. Mi cerebro revoleado en una cruzada de recuerdos que
me asedian: países como Austria, Cuba y Moscú y el Sr. Bush
(presidente actual de EE.UU.) circulan por mi piel en diferentes épocas. Y
estoy quemado por las alas de la historia que me aqueja y no me deja respirar ni
dormir ni pensar. ¿A donde irán estas palabras? Al bolsillo del
profesor, a la boca del obrero, al legajo del diputado o a tus lágrimas
pasadas. Yo no se si soy así o soy asá pero esto está lleno de
recuerdos. Mis oídos se aturden con las bombas que caen sobre algún país de
Oriente Medio y se me rompe una vena metafóricamente cuando oigo hablar de
un atentado terrorista en cualquier parte del planeta tierra como así también
cuando oigo hablar de un israelí o israelíes masacrados por el terrorismo.
El tiempo se va en fuga con una corchea en sí bemol y dos blancas.
Percutido por un saxo en do mayor sigo en el camino de una colina. Soy así
y soy asá en esta celda del recuerdo. Prisionero de insensateces pasadas que
cometí yo, que cometieron otros, escribo esta reflexión para olvidar el
recuerdo, salir de esta celda y andar por un trayecto sereno. Detrás de
una silla saludo a algún lejano ser que antes fue cercano y la silla es mi
celda. Espero sentado su regreso pero se que jamás vendrá. En un sueño estoy
con una mujer alta, ando en bicicleta con mi tía por la ruta y como
aceitunas con un pingüino. Porque ésta es la celda del recuerdo.
El
rey, el ministro y la muerte
El ministro guardaba fidelidad al rey. Evitó guerras, propuso un estado de bienestar haciendo feliz al pueblo, combatió sin piedad a los nobles que quisieron usurpar el trono, abominó a los militares y al clero que se sublevaron. En suma, siempre fue un excelente ministro. Un día, una señora de negro con una hoz sobre sus espaldas le propuso una partida de ajedrez. Si ganaba podría vivir treinta años más. Si perdía sería llevado al averno. El ministro pensó en escapar pero ya conocía la historia de aquel ministro que había tomado un caballo de pura sangre y la muerte lo fue a buscar al desierto que era donde supuestamente debía encontrarlo. Entonces pen-só que la única salida era jugar al ajedrez con la dama y ganarle. Pero era un mal jugador de ajedrez. Le consultó su problema al Rey y éste le dijo: -No te preocupes. Por vos invitaré al mejor jugador del reino y lo maquillaremos para que se te parezca. Cuando éste gane, ya que nunca perdió una partida, la muerte se irá humillada y te dejará en paz. Llegó el día de la partida y el jugador inició su juego con un jaque pastor, a lo que la muerte respondió con un peón cuatro rey. La partida duró más de cinco horas y la muerte se dió por vencida. Pero descubrió que su contrincante no era el ministro porque la transpiración del jugador derritió el maquillaje. Y fue a buscar al ministro donde se escondía en una de las habitaciones del palacio. -Te negaste a jugar. Me engañaste- le dijo la muerte -Vengo a llevarte.- -¿Cómo descubriste la trampa, si tu adversario era idéntico a mí?- -En realidad no sabía cómo llevarte. Había una posibilidad en cien de que te ganara. Vos no la aprovechaste y aquí estoy.- -¿Tan mala jugadora sos?- -Sí. Soy nada más que el espejo de la gente.- -¿Pero por qué me llevas al averno y no al paraíso? No cometí en toda mi vida ningún pecado. Siempre fui bueno con el pueblo y con el rey.- -Yo tampoco comprendía por qué. Pero estaba escrito: mentiste en tus últimas horas.-
Mi
novia
Todavía conservaba de mis épocas de estudiante de medicina dos fémures, un cráneo, un cerebro en formol, un esqueleto completo, unos ovarios, una vagina, un par de tetas, un estómago, dos pulmones, un corazón, piel y un par de ojos. Fue cuando vino Francisca que tuve la idea de reunir esas piezas y asustarla diciéndole que había creado una vida. Francisca era una vieja amiga que me había ayudado en mis épocas de insomnio a pasar las noches acompañado, tomando mate y hablando de literatura. A ambos nos gustaba Oscar Wilde y sus ensayos sobre el arte. La invité una tarde cuando ya había cosido las piezas y le dije que éste era mi Frankestein. -Estás loco de remate- me dijo, ¡Eso sólo sucede en la literatura y en las películas de terror! Le puse electricidad a la muñeca y ésta superó todas mis expectativas porque comenzó a andar. Destrozó toda mi casa y salió a la ciudad. Supe por el diario que había matado a un viejo que la había agredido y que la buscaba la poli-cía. La municipalidad aconsejaba no salir por las noches por el barrio Rasco porque allí pululaba el monstruo. Los que la vieron decían que fue amable con algunos rabinos y con otros no y que ayudó a una niña a cruzar la calle. Francisca estaba aterrorizada. -Si dieras aviso a la policía de que es tu obra, tal vez podrías ayudar en algo- me dijo. -Francisca, no me quiero meter en problemas con las autoridades. Por vecinos supe que el muñeco se refugiaba por las noches en una estación de ómnibus del barrio de Ar Ioná debajo de unos diarios. -¡Tenés que destruirla!- exclamó Francisca. -¿Cómo voy a destruir a una hija? Lo que voy a hacer es hablar con ella para que vuelva a casa. Fui a la estación y la vi debajo de los diarios. -Monstruo- le dije, es muy peligroso que te quedes aquí. Podrían encontrarte y matarte. ¿Por qué no volvés a casa? -Me destruirías- dijo tartamudeando y largando un eructo, -¿Para qué querrías en tu casa a un ser como yo?- -Escúchame. Soy un hombre sólo. Jugaríamos a las cartas, al dominó, al ajedrez. No tengo con quién jugar ni conversar-. Francisca está enojada conmigo. -¿Me vas a dar sopa de fideos?- me preguntó el monstruo. -Sí. Y también arroz con pollo-. -¿Sabés? Tengo inclinación por la sopa de fideos con queso rallado. Así que trato hecho-. Desde entonces vivo con el monstruo y aunque perdí a Francisca tengo una amiga más. El monstruo cocina para mí, me sirve la comida, me barre el piso y es bondadosa. Ya la policía se cansó de buscarla, aunque creo que los vecinos sospechan algo.
El
vendedor cojo de libros usados
El
vendedor cojo de libros usados murió el 30 de octubre de 1991. El comisario
Sarduy dijo que fue un suicidio. El detective Lompin no creyó en esa sandez y
comenzó a investigar a todos los clientes de la librería. En un cuaderno
Gloria el vendedor tenía anotados a todos los clientes que iban a encargar
libros. Lompin fue a visitar a uno de ellos, una pelirroja llamada Elsa Daniel.
Le preguntó cuándo fue la última vez que vió al cojo. Elsa era estudiante de
letras. No supo qué contestar. Dijo que no se acordaba pero sí tenía en mente
el último libro que le encargó al vendedor, una novela de Philip Dick para su
trabajo sobre la ciencia-ficción. Lompin se fijó en las boletas del cojo y
constató que esa novela fue vendida en marzo de 1991, muchos meses antes del crímen.
Por lo tanto la pelirroja dejó de ser sospechosa. El 30 de octubre de 1991 el
vendedor había anotado un pedido, el de un judío llamado Aldo Levi, profesor
de Historia Argentina, que había encargado el libro de Ferns sobre las
relaciones entre Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX. Aldo Levi era el
sospechoso más probable porque le debía mucho dinero al cojo por libros
que no había podido pagar. La suma era bastante alta. Más de 10.000 U$S en
libros usados. ¿Qué mejor que un asesinato para sacarse de encima a un
cobrador? Dos testigos dijeron que Aldo Levi y el cojo tuvieron una pelea por
dinero el día del deceso. El cojo amenazó con embargarlo sino le pagaba los
10.000 U$S. Todas las sospechas caían sobre Aldo Levi. Lompin lo fue a visitar.
Vio que era religioso por el moblaje de su departamento y que respetaba todos
los preceptos de la Biblia. Si el cojo había muerto de un balazo en el pecho,
Aldo Levi solamente por su pasión desenfrenada por el dinero lo hubiera podido
matar. Este sacó su calculadora mientras hablaba con Lompin. -¡Usted es
sospechoso, es sospechoso de haber asesinado al vendedor cojo de libros usados!
–dijo Lompin quitándole su máquina de calcular. -¿Qué motivo puede haberme
llevado a eso?-preguntó sorprendido Aldo Levi. -Usted le debía 10.000 U$S. Se
pelearon. El quería embargarlo. Usted en un estado descontrolado lo mató con
una bala en el pecho. -Sabrá
que soy ortodoxo, no haría una cosa así. -Ustedes matan árabes,¿porqué no
podrían matar cristianos? -De modo que usted cree que soy el asesino. -Sí.
Acompáñeme a la comisaría. Queda detenido por presunto asesinato. Aldo Levi
se pudría en la cárcel en espera del juicio. Había cucarachas, arañas y todo
tipo de insectos. Se ponía los tefilim todas las mañanas y rezaba.¿Cómo Dios
le había jugado esta mala pasada?, se preguntaba. Un día apareció en el
diario el siguiente anuncio. Busco las obras completas de Philiph Dick. Pago en
dólares. Lompin leyó el anuncio y fue al domicilio que decía el diario. Lo
recibió Elsa Daniel. -¿Usted? ¿Qué quiere? –preguntó sorprendida la
pelirroja. -Fanática de Philiph Dick, usted tuvo que haberlo matado. El
vendedor quiso cobrarle una suma exorbitante por las obras de Dick y usted lo
asesinó. Confiese. La pelirroja sacó un arma del cajón de su escritorio. A
Lompin lo acompañaban cuatro policías que estaban escondidos. Le dijeron que
bajara el arma si no quería morir. A Aldo Levi le pidieron mil disculpas y la
pelirroja fue condenada a cadena perpetua. En la cárcel su familia le había
conseguido las obras completas de Dick y tuvo tiempo para entretenerse releyéndolas
mil veces y hacer su monografía sobre la ciencia ficción.
Tango
de Greta Garbo
Me traicionaste Greta, ahora tus besos son para otro. Con quién andarás digo yo, ¿qué fue lo que te hizo dejar de actuar? Seguramente un gran amor. Me abandonaste. Siempre te admiré, siempre te quise, sobre todo cuando hiciste Ana Karenina. ¿No te gusta más el cine?, ¿Los reflectores te molestan? El director dejó de marcarte. Encontraste tu gran amor y te fuiste para siempre. Era celoso, te quería sólo para él, los dos solos en tu tierra natal, Suecia, los dos solos y no más reflectores, los dos solos en la cama, ya no más suicidios por amor. Nunca más un director que te diga lo que tenés que hacer, ahora te pertenecés a vos misma y a tu gran amor. Antes, cuando estábamos los dos solos en la oscuridad del cine eras toda para mí. Yo te amaba como nadie te ha querido. Te recordaré por tu verdadero nombre: Greta Lovisa Gustafsson cuando frecuentabas en Estocolmo la Academia de Arte Dramático del Teatro Real. Y cuando estuviste en la Leyenda de Gosta Berling yo te amé en el 24. Y cuando estuvimos juntos en La calle sin alegría sollocé por vos. Y cuando la Metro Goldwin Meyer te contrató para hacer El Torrente yo admiraba tus piernas, nos fuimos conociendo de a poco hasta que mi amor hizo explosión en El demonio y la carne. Ahí te vi desnuda, mi amor, toda para mí. Nos amábamos silenciosamente. Vi tres veces esa película y vos me mirabas desde la pantalla muda. Luego vinieron Destino, Orquídeas Salvajes y El beso. En Ana Christie me hablaste por primera vez. Tu voz fue una revelación. Como el canto de una sirena. En Grand Hotel ya éramos íntimos. En Como tu me deseas, nuestra relación se vio intensificada. En Christina de Suecia ya estabas tan lejana. En Margarita Gauthier nuestra relación se fue desgastando. Cuando hiciste María Waleska ya estábamos separados. Pero el punto final fue Ninotchka. De ahí en más no nos vimos para siempre. Tu cuello de gacela, tus labios como pétalos, tus ojos rasgados, tu nariz perfecta, tus pechos vibrantes, todo eso le pertenecerá a otro, mi amor, cómo te extraño. Encontraste a tu gran amor y te fuiste para siempre, traidora, sólo le pertenecerás a él. Nunca más, mi amor.
Julio Gonzalez tiene la culpa de todo
Vi
por televisión que había gente que iba a pedir al Estado comida: polenta,
arroz y sal. Desde ya nadie sabe que el culpable de todo es Julio Gonzáles, que
se multiplica y ocupa todos los departamentos en alquiler y todos los trabajos.
Queremos trabajo, estamos cansados de pedir comida, decía un coro de voces.
Julio Gonzáles se multiplicaba como Afrodita: se engendraba a sí mismo y
ocupaba todas las pensiones y todos los trabajos. Se presentaba a las ocho de la
mañana aparentando ser múltiples perso-nas y lo tomaban en todos los puestos
presentando los currículum vitae más notables, más excelentes, más
completos. Podía estar a la misma hora en varios lugares ocupar los primeros
ocho puestos que se necesitaban en todas las colas con diferentes ca-ras y
diferentes apellidos como para que no se dieran cuenta que era la misma persona.
Los diálogos entre los Julio Gonzáles en los empleos eran extre-madamente
aburridos. De vez en cuando contaban chistes verdes pero era una persona
extremadamen-te repugnante. Cumplidor y chupa medias, siempre quedaba bien con
el jefe. Había diez millones de Julio Gonzáles distribuidos en todo el país
en las diferentes oficinas y fábricas. La gente en manifestación solicitaba
empleo. El pueblo tenía hambre y sólo Julio Gonzáles trabajaba. El único que
sabía que Julio Gonzáles existía era yo. ¿Cómo combatir a ese cáncer que
corroía a
la Nación? Si
lo denunciaba a la policía me creerían loco. Si iba a los partidos políticos
se reirían de mí. Qué iba a hacer, sólo con mi angustia de los diez millones
de Julio Gonzáles mientras yo no tenía ni para comer? Decidí comprar una
ametralladora y matarlos a todos. Millones de Julio Gonzáles cayendo bajo las
balas de mi metralleta no solucionaron mi situación porque Julio Gonzáles se
volvía a multiplicar. Qué hacer para terminar con esa raza de eunucos, fósiles
de una nueva humanidad que arrancaba de la vida a los auténticos seres humanos?
Se lo conté a un psicólogo y éste me recetó Haloper. Mi hambre aumentaba y
mis ansias de tener un techo también. Decidí emigrar en un barco de marineros
como polizón y ahora estoy en Sudáfrica lejos de los millones de Julio Gonzáles
pero acongojado por mis fantasmas. Mi pasado que me corroe las entrañas.